La gran ventana se ha hinchado con el frío inguinal que cae desde el cielo
Parece el cachete de un payaso, un pañal desplegado como un mapamundi,
o una lila
Igual que todos, la mirilla submarina, el marco, no se atreve al grito, no se rompe los huesos restregándolos, calla con el grillete de azufre
en el pescuezo
Los hombros de la rosa se le inclinan sobre el coxis, las baldosas ajustan codo contra codo,
y entrechocan rayos
Nos guiñamos, la ventana y yo, constituidos como masa del susto que se agacha en el bolsón de la camisa, huérfanos
Finalmente el ser no es otra cosa que un ulular, pienso, el flequillo violentamente descorrido,
tal vez la cola negra de una novia, o una campana con dolor de muelas,
.
óxido
Me acerco al esqueleto transparente, al pecho de tormenta, al moretón de arena
arropo a mí cristal con un pase de trigales, la intrigo con palmadas del desierto, y con el perfil
de un cascarudo
Nos hemos entendido durante tres inviernos espaciosos, enemigos, ella y yo, del polvo desalmado que sacuden las escobas muertas, enamorados, ambos, del hueso recién
anochecido,
y del Inquebrantable caracol
Ha deambulado el relámpago, leal, en el acantilado del espejo, lloramos en silencio sobre el fémur de la flor rendida
Éste atardecer, como le he prometido, no colgaré la ropa ni fabricaré otros humos
Habrá veladores en el piso para que nos espiemos en pupilas bajas, descalzados
Detendré con el hocico las manijas asesinas,
seremos dos ojos enormes como lanchas
y sabremos ser felices
esplendentes
Rafael Teicher
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