La boca se le abría como el horizonte del desierto y se le caían las manos como banderas muertas por el corte, como medias tristes
Compañero del adobe lleno de olor a chocolate blanco, militante del curso de los rayos
Tienes la humildad perfecta del oro que dejan los patos en el agua cuando vuelan despeinados
Ibas en tu borrico gris camino a la ciudad de alpaca, ibas abriendo las nubes con los brazos
Te veo leyendo un libro pequeño como el gorro de un duende, te veo dormido de pie contra un quebracho
Comandas todos los remos de la chalupa de mi vida con voz de voces, y eres manso
Tu cuerpo es elevado como el incienso, tienes mirada de reina de etiopía, tienes fiebre en las uñas como un santo
Si supongo tu camisa, sé que huele a tinta china, a remedios de enfermería cladenstina, a caballo cepillado, a azucenas para el pelo de la novia, y a galletas
Tan importante, con esa barba de choclo resoplado, tan fino como un caballero londinense y tan humano
En tus manos hay bombas que sonríen como palomas, que cuelgan del huevo del posible como años
En tus nudos hay naturaleza que brinca, hay potrillos y hedor de sal de los sobacos de Cristo
Te quiero casi como a mis rodillas, como a mis papeles que protestan entre monitores vacuos color menta
Te amo más que a mi corazón o al corazón estricto del indio, te amo como a los calcetines tibios, como a las almohadas y al pan de campo
¿Es cierto que te gustaba leer cuentos para niños del norte de Europa? ¿Es cierto que tenías abejas disecadas en un bolso y un microscopio de cien años?
Cuando pongo discos de Mahler, no sé por qué causa te me vienes a la ventana como un búho, como un mono de Poe, te me impones como la lluvia sobre el patio
Te busco largamente en la arena siguiendo el paso de las aves peregrinas, caminando por el borde matemático del tiempo como un muerto, te acompaño
No imagino mayor dignidad para una guitarra que pasar tu nombre por el pecho, ni hay taza de café que reniegue de tu rostro soberano
Haría cadenas de soga para rodear las chozas donde queda el calor de tus zapatos
Nada más para decirte capitán de mi mareo, que tengas buenas noches en el cielo de mi canto
Rafael Teicher
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