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viernes, 4 de diciembre de 2009

Dado

Los niños no necesitan cuentos para niños, necesitan almohadas que echan humo, o frutillas con alas. Y eso no sucede en los cuentos, sucede afuera. De modo que este no es un libro de cuentos para niños, sino un conjunto de instrucciones para salir a jugar allá, a la intemperie.

Y casualmente comienza con una frutilla.

¿Casualmente? ¿Qué quiere decir casualmente? Los niños no sabemos qué quiera decir eso.

La frutilla estaba en una caja de madera. La caja de madera estaba apoyada en el piso de una verdulería. La verdulería estaba en la feria. La feria estaba en la ciudad de… no me gusta empezar así, me aburre.

La historia comienza con un ala. El ala de la frutilla que tenía alas.

Es un arranque singular, bonito.

¿Qué hacía este ala? Seguramente hacía volar a la frutilla, o algo. Pero, ¿hay alas para el ala? ¿Qué hace volar a un ala? No entiendo.

Los cuentos son caricias, eso.

De manera que el ala estaba adherida a algo, o a alguien, ¿a una frutilla? Parece mucho más triunfal a una estrella, a un sombrero, o a una cascada.

Digamos que había una vez una cascada voladora, ¿vale?

Así.

¿Puede ser mala una cascada voladora?

La cascada voladora era azul, como las montañas. Y era alta, adulta.

¿Y saben cómo se llamaba la cascada con alas? Se llamaba “Dado”.

Pues sí, que era hombre… ¿por qué?, ¿qué tiene?

Y se llamaba “Dado” porque tenía una manera de hacer las cosas un tanto caprichositas. Ya se sabe que los dados tienen mal genio, que son como gritos.

La Cascada “Dado” solía hacer gestos de simio con las dos alas, así, como batiendo un plumero frente a un espejo. Y le gustaba también fabricar cosas con la espuma, eso es de varones, las nenas no fabricamos cosas, las nenas… ya se sabe, qué tanto.

Este es un cuento para nenas, por eso la cascada es un varón.

Te confieso que mientras escribo estoy escuchando una hermosa melodía: “Baileró”, de un tal Joseph Canteloube.

¿Cuánto le debe la cascada voladora a un canto?

La melodía es como una anegación, te dispone, te colma.

Pero volvamos al asunto. ¿“Dado” es una palabra o un dado? Creo que ahí hay algo, atrápalo.

Hace unos años escribí un cuento sobre un salto de agua llamado “Velo de novia”. Es una pequeña cascada en las enormes “Cataratas del Iguazú” , en Misiones, te cuento.

Resulta que un científico heterodoxo ( quiere decir loco ) juntaba agua del salto “Velo de novia” porque decía que eran aguas magnéticas. Por qué las de ese salto en particular, te preguntarás. Pues por el nombre. Qué otra cosa es la luz, sino un concepto, ¿se ve?

No hablo metafóricamente, sino, ¿por qué los planetas giran alrededor de los soles y no al revés? Pues, porque lo oscuro busca la luz, el silencio busca la palabra, el vacío busca el azar. Esas cosas.

Pero me desvié, ha de ser la canción. Es tan parecida a una flor... Me gustan las canciones-flor. Y no imagines que me gustan las canciones románticas, o las canciones que son líneas de Percy Bysshe Shelley, no. Me gusta que crezcan en rizoma, que trepen en la forma, que se enraícen y se liberen, que ocupen. Eso.

¿En qué estaba?

Sí, en el agua. El agua es la madre, la ausencia.

¿Ya se dieron cuenta que no quiero contar el cuento de la cascada voladora?

Ha de ser la música, la pereza, el regodeo de la música. Lo bello invita, provoca, vaca.

Dado decidió que quería cesar. No, que no. Que decidió cesar, no irrumpe ningún César.

Que quiso desenlazarse, o finar, ya se sabe.

¿Cómo hacerlo? ¿Cómo demonios dejar de ser esto para ser aquello? Y peor: ¿cómo no ser aquello nunca? Cómo ser nunca.

Dado decía: me cambiaré el nombre y ya.

Y así fue, ahora se llama de manera sofisticada: “Aquí finaliza el texto.”


Rafael Teicher

1 comentario:

  1. Hola.¿ No Saben de dolino a la luz de sol del pintor piet mondrian ?

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