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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Vísperas



— Transparentemente.
— ¿Transparentemente?
— Sí, me gusta desperdigarte, desconocer.
— De todos modos es una convicción.

Él lleva botas blancas. Ella luce sombrero de paja con margaritas.

— ¿Ves? Aquí, en este mirador, suelo quedarme a tallar.
— ¿Tallas?
— Claro, amaso las piezas de la memoria con el rostro.
— Como los ancianos.
— Como los velocistas.

Ella balancea la falda cerca de las hojas del mar.

— No creo que vaya a extrañarte.
— Por qué.
— Los que parten se vuelven totalidad, pulso. Se ausentan bajo la forma del paisaje.
— Nunca he contactado tu cuerpo.
— Tonto, me tocas cuando cierras los ojos, como el viento.

El arco iris posa sus talones en el agua. Y Él:

— Cómo bajar del molino.
— La arena también gira, las cenizas rotan, no hay manera de no dar vueltas. Es continuo.
— ¿No moriremos?
— ¿Ves esa dama con peineta, en el puente?
— ¿Esa?, ¿la que parece un ala salpicando?

— Ella está muriendo.

— ¿Sí?
— Sí, no talla, espera.

Baja la noche multitudinariamente. Huele a almendras o a piel. Ella dice:

— Si quiero escuchar el sonido que hace el mundo en el vacío, vengo a este lugar.
— Yo sólo oigo la canción de tus venas.
— Yo no existo, soy un paso.
— Pero yo adoro las huellas.

Seguramente suben a un barco y caminan por cubierta.

— Ya no sé si estamos escribiéndonos.
— ¿Aún escribes para desconectar las palabras?
— Intento la rotura.
— Qué sucedería si nos arrojáramos contra aquella hélice.
— El perfil.

Él buscaba en los ojos de Ella un punto fijo. Ella era superficie sin pliegue.

— Antes creía en las metáforas.
— ¿En las raíces volantes?
— Algo así.

— Hagamos lo opuesto a un beso.

Las estrellas eran otras, eran más, y distintas. Refulgían con forma de cambio.

— Busco el miedo.
— ¿La urgencia?
— Lo inminente, la falta.
— ¿La sensación del juicio?, ¿el golpe de la entrada?
— La intervención, lo postergado, lo menudo. Lo previo.

— Dónde buscas.
— En lo filoso, en las curvas, en los jardines de los victimarios.

— No sé si con todo esto no estaremos haciendo un hijo…

Ella se sienta sobre la pata de un ancla.

— Todos los términos son sinónimos, me harta.
— Tu último pecado es la consideración del dolor como umbral.
— ¿Te conté que he visto al diablo?
— No.
— Es un niño. Lo vi en un teatro. Estaba jugando con unas figuras de cartón. Me dijo: ¿eres capaz de dibujar algo que no se parezca a nada?
— ¿Y huiste?
— Procuro desde entonces caer hacia lo pertinente, pertenecer a lo que acontece. Y no lo logro.

— No creo que nos volvamos a ver.

Él se paró sobre una red de pesca estirada en el piso. Las nubes se desmenuzaban sobre su cabeza.

— ¿Por qué crees eso?
— No es posible ver dos veces a una misma mujer. La mujer es una aldaba contra un imposible, un vértigo.
— ¿Así me sientes?
— No te siento, te traspaso. Eres la única cosa que no me obstruye, la habilitación.
— Suena hermoso.
— Estamos a punto de algo, ¿lo notas?
— Siempre.

— Merodeándonos entre las sombras, desconfiándonos.

— ¿Qué podemos hacer para deshacer?

Él cita a Kant. Ella otea:

— Ahora flotamos.
— Desacordonarte, procuro.
— Si logramos olvidarnos saldremos de lo mutuo.
— Salir del dos, eso está bien.
— Ser impares, malignos.
— ¿Pero lo obtendremos luchando?

— Es verdad, mejor dejemos que se nos neutralice mediante la maniobra de la escritura.


Rafael Teicher

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