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martes, 3 de agosto de 2010

A la Dama de las Botas Chinas


Siempre mi amor:

Me duelen las ropas que mueve el viento, me duelen las cajas podridas, los zapallos estúpidamente solos, trancados con cuatro ganzúas en las verdulerías como si fuesen gemas o picos de estrella

Me duelen las paredes y los pájaros que cantan sin reconocimiento, me duele la caligrafía postrera, me duele el agua

Tanto que me vuelvo de hueso o de picadura de luna, escalofriantemente abandonado

La vida se me va del alma como el semen, se me escapa de las manos como un anillo vencido, se me marcha

Miro los balcones angostos levantados sobre la lluvia como sombreros, y lloro

Los bares lucen con las sillas invertidas y parecen depósitos de alambres extraterrestres o de asteroides cortados en juliana

Voy caminando sobre los átomos pisados por la sandalia del príncipe, voy hacia el límite oscuro de alguna casa

Solo, atento, amante, lleno de nubes, oliendo, voy hasta esa mujer que llama

Quiero caer y lastimarme la rodilla, quiero que tiemblen los toldos o que los mástiles se toquen, quiero que llueva color aceituna, que nieve por dentro de los árboles

Nada retorna del resbalón en el espejo, todo es inane, naciendo por la oreja que sangra

Palpitante

Difusamente me abrazo en una esquina y me entrego al viento, que haga su labor, que me maquille con esponjas

Ya no sé que sigue, es como irse en camión hacia el sur mirando las estrellas que revientan en grano

Y quizás todavía haga dos o tres cosas absurdas antes de bañarme en barro negro

Quizás compre zapallos chinos —otra vez— y los haga al horno para servirlos a nadie

O tal vez desarrolle un icosaedro sobre cartulina y lo recorte

Seguramente mezcle tallos tocados por ella con dijes de otro sueño, y esa sea mi insignificante rebeldía, mi vuelo en el aire


Rafael Teicher

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