¿Por qué los artistas no dibujan aviones?
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El tambor es floral, previsto, consecuente. En cambio, el "Quijote" es un extrañamiento, un derroche; es inmoral. El tambor desteje y el "Quijote" enturbia, pienso.
El guardapolvo blanco pone en evidencia el adhesivo inmundo que cohesiona las vértebras de la civilidad burguesa. Representa la igualdad cultural, la asepsia, la docilidad. En lugar de higienes, imagino máculas, gargajos luminosos. Promuevo el pecado de los amarillos, la rabia de las curvas, la insolencia inconstante de la asimetría. Quisiera una escuela articulada por la disonancia.
Llegará el día en que las canciones centradas en nombres de varón sustituyan a las que orbitan entorno a los nombres de las hembras. Hembra y nombre son una sola sustancia sin hendidura, vuelta del lado del brillo. Pero las rúbricas del macho son cavernosas, caen hacia sí como pedradas, buscan.
La literatura argentina hodierna es repulsiva, astringente, pretendiente. Es un repulgue o una concavidad reproductora fruncida, timorata. Las novelas transcurren en palacios consonantes, nunca en supermercados. Las mujeres se complican con los hombres en senderos de lilas, jamás en patios de cumbia, ni al borde de las autopistas. Apenas asoman las costillas de gravitatorios teléfonos negros, pero los celulares explosivos y azules como gemas, vibrando colmados, ebrios de texto, no irrumpen, se les distancia, se les teme como a los cráneos.
En la prosa actual los colectivos lucen como berlinas y los vestidos ondean en una eterna y artificiosa primavera. A veces, llueve mansamente, sin conmociones. Los techos de yeso permanecen en su sitio, no hay despliegue. Los tejados relucen y los gatos los adornan sin rodar ni lanzar el conjuro de los gritos. Casi todas las páginas primeras amenazan con historias antiguas, se re-montan, dan cuentas del motivo que está adherido como una garrapata a sus espaldas. Yo diría que las novelas del momento llevan grandes talegos en sus hombros, están gordas de razones y carentes de la pimienta del antojo. Y esto, amigos míos, no es un vicio temático, esto, es pasar con el carro de la escritura solamente por la piel de las hojas. Son novelas escritas con viento... y desdentadas.
El inglés es una lengua aborrecible. Una monserga inglesa repica atestada de cascabeles y de poliedros de lata. Se me ocurre que las palabras sajonas atraviesan con enorme contrariedad las rejillas de la boca, parecen flatos de bronce encadenados e interminables. Es un lenguaje que brota desde una herida o desde un gong en celo, resplandeciente por todas las caras, algo propio de insectos gigantes inscriptos en un ecosistema de escarchas.
Me pregunto dónde radica el sentido de términos que se grafican con la diestra pero se leen con la siniestra. Los sentidos, en la lengua de Shakespeare, no suceden nunca, flotan a media luz entre los ojos y las letras, son fantasmales. El idioma inglés ha muerto, lo que persiste es el enojo de una campana.
Cuándo comprenderemos que no hay necesidad de arribar a acuerdo ninguno ni a punto promedio. El hábito de la concordia es hegeliano, macedónico, nunca democrático. Mejor guiémonos por la polifonía.
Rafael Teicher