A Virginia Woolf
cuando riega las plantas
Abres la ventana como si te acercaras al sudoroso cuerpo de un hombre
Le giras el mecanismo de los brazos como si fuera una corbata, y te le montas
Sales a la musculatura del viento con el pelo abierto como un ramo
El cuerpo del hombre es fresco y tenso como una aurora guardada en una caja
Confías en la caída de los hombros del cuerpo del hombre, crees en la luz que se le derrama de la nuca hasta los labios
Para ti el cuerpo del hombre es el interior de un guante, la caricia del humo, un juego de vueltas en el pasto
Te gustaría ser onda para ocuparlo como el remolino ocupa la flauta, quieres ser la descarga fecunda del cabello sobre al agua que lo moja
A veces te sientes infinita como la madera, pequeña como el proyecto hidrográfico del beso dado sobre una ceja, compleja como la arqueología del aroma a rosas
Te inhalas el mundo como inhalas un sobaco, le bajas los párpados a fuerza de buscarlo
El hombre es blanco y dulce como la leche, es posterior, torrencial, potente como una azucena, indefenso como el barco
Abres la ventana como rompiendo una camisa, como besando una llave que grita, y te le echas al lomo como el insulto de un cigarro
El mundo está en bermudas como un nene y lleva una pelota y una paloma en el bolsillo de su saco
Lo amas, ¡cuánto lo amas!
Lo amas como al chocolate que se come a escondidas en el cine, lo amas como a los discos, como al instante en que entras en la noche llena de pulseras que chillan, lo amas como al suspiro, como a un saxo que retumba, lo amas como a un baño todo blanco
¡Cuánto lo amas!, cuánto
Mundo travieso que huele a manzana y que golpea la ventana como un pájaro
Rafael Teicher
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