Los dos menudos textos no alcanzan a ser proféticos, ni tampoco configuran una suerte de amenaza corporativa. Solo resuena en ellos el carácter grisáceo general del género narrativo al que pertenecen. No hay campanadas acuciantes ni chorros de viento presuntuosos. Todo es funcional, sobrio. No se atisba espíritu vindicativo o ironía. Ese carácter pueril del vampiro, su sorda y automática furia de sangre, desata a largo plazo una estampida de objetos y situaciones típicas, es todo.
¿Hemos llegado al hueso? No, se intuye una latencia. Algo inminente se disfraza detrás de los parapetos del texto. Hemos de cavar.
En la entrada del 12 de mayo, Jonathan registra un episodio con cartas. El relato se refiere a sobres con cuatro cartas escritas por Drácula. Dice:
"Una de las cartas estaba dirigida a Samuel F. Billington, número 7, La Creciente, Whitby; otra a herr Leutner, Varna; la tercera era para Coutts & Co., Londres, y la cuarta para Herren Klopstock & Billreuth, banqueros, Budapest. La segunda y la cuarta no estaban cerradas. Estaba a punto de verlas cuando noté que la perilla de la puerta se movía."
El conde ingresa a la habitación con una quinta carta en la mano. No conocemos su contenido. Esa carta se enarbola ante nuestra conciencia como una medianera entre lo transparente y lo imposible. Hace las veces de otredad, de dios. Stoker se vuelve púdico, y discreto. Resguarda a lo existente bajo el sombrío velo de lo no escrito. Nos despliega los cuerpos de las cartas sin destrabar sus letras. Nos arroja el perfume del contenido a través de cinco puertas inviolables. No nos dejará tocar sus pulpas. Nos están impedidas desde siempre.
¿A quiénes se dirige el conde? A inmobiliarias, a bancos. Esta preferencia parece confirmar la tesis del filósofo español Andrés Ortiz-Osés, que en su "Diccionario de la Existencia", en la voz "demoníaco", se refiere a Drácula como a una metáfora de la ciencia. Es enemigo de la religión ( las cruces ) y de la superstición ( el ajo ), y necesita sus fundamentos para poder reposar ( el conde viaja con 50 ataúdes de sus ancestros ).
El paralelo es apetitoso, pero no conforma. Si bien la ciencia, o mejor dicho el cientificismo, se expande como una epidemia, es frío, tiene buenos modos, y le bebe la sangre a las creencias, también es una maravillosa corona de la razón. Ya sabemos que el cisma entre fe y raciocinio es el causante del secularismo. Lo que la propuesta de Ortiz-Osés desconfigura es la circularidad entre la verdad y la praxis. Pero dejemos esa hipótesis para otra tertulia.
¿Pisamos tierra firme? Afinemos la lupa.
Aparentemente, las narraciones sobre vampiros llegan a su apogeo en el siglo XVIII, entre 1720 y 1740, en consonancia con infinidad de casos de exhumación de no-muertos. El de Arnold Paole en Serbia, bajo la dinastía de los Habsburgo, parece ser el puntapié inicial, según las investigaciones de Jean Marigny en su obra "El despertar de los vampiros". En este libro se rastrean los orígenes de la leyenda. Se conectan los sacrificios antiguos con el mito de los no-muertos. Se revisa, desde el culto sanguinario a ciertos dioses, hasta las nucleares figuras del principe Vlad Tepes, el empalador, y la condesa Erzsébet Bathory, quien fuera conocida como "la condesa sangrienta". Ingresemos plenamente en la historia de Paole.
Arnold Paole fue un hasjuk serbio, es decir un partisano y bandolero de los Balcanes, que luchó contra la invasión otomana y, luego, austrohúngara. Murió en el año 1732. El caso de Paole, y el de Peter Plogojowitz, han sido documentados por las autoridades austriacas y pueden ser considerados como modelos de estudio sobre el tema. La leyenda se apoya en los informes de los dos médicos militares austriacos, Flückinger y Glaser, que se hicieron cargo de las operación. Hagamos centro en estos papeles.
Veamos el informe de Flückinger elevado al comandante en Jefe de Belgrado del día 26 de enero ( sobre acontecimientos del 7 de enero ) de 1732. Los locales, afirma, están convencidos que el catalizador de la segunda epidemia fue Milica, una mujer de 69 años, y que ella había comido la carne de una oveja atacada por Arnold años antes. Las víctimas fueron 17, en tres meses, asevera Flückinger: un niño anónimo de 8 años; Miloje, un joven de 16 años; Stana, una mujer de 20 años embarazada ( su hijo nació muerto ); una niña de 10 años sin nombre conocido; Joachim, de 17 años de edad; la esposa; Ruscha, una mujer; Staniko, un hombre de 60 años; Miloe, la segunda víctima de ese nombre; un hombre de 25 años; el bebé de Ruscha; Rhade, un joven de 21 años siervo del cabo local; el abanderado; una mujer sin nombre, al parecer idéntica a Milošová en el otro informe, y su hijo; el hijo de ocho semanas de edad; Stanoicka, una mujer de 20 años. Todas estas víctimas fallecieron de raras enfermedades entre 3 días ( la abrumadora mayoría ) y 3 meses después de ser atacados.
El documento habla también de una zona amoratada y azul bajo una oreja, sobre un estrangulamiento, sobre líquidos frescos, o dulces, en los cuerpos.
¿Quién es Flückinger? ¿Qué procuran estos documentos escritos en alemán? ¿Qué terrible experiencia neblinosa intentan consumar con palabras? ¿Difieren de las manchas que estampa el febril visionario poeta en un papel? ¿Traspasan las fronteras de la expresión en busca de lo retórico?
El caso puede ser dividido en dos epidemias. La primera de ellas se conoció de forma literaria, por el informe de Flückinger, y como antecedente de la segunda. Los acontecimientos tuvieron lugar en la ciudad de Medveja, actual Croacia. Se trata de un pueblo junto al mar mediterráneo. La vista de esta aldea hacia el Adriático es resplandeciente. La consuman largas playas de guijarros naturales formadas por el paso de corrientes de agua de montaña. En este paraíso biológico se radica el hajduk Arnold Paole, en el año 1725, procedente de una región serbia, según cuentan los nativos de la zona en el documento de Flückinger. Este sujeto mencionaba algunas veces haber sido atacado por un vampiro, probablemente en Kosovo. Arnold refería haberse curado a sí mismo siguiendo al vampiro a su tumba, cortándole la cabeza, y bebiéndose su sangre mixturada con tierra del sepulcro.
En el año 1726, Paole muere al caer bajo las ruedas de un carro. Alrededor de un mes después, cuatro residentes dicen haber sido infectados por él, y fallecen a los pocos días. Diez días más tarde se abre la sepultura de Arnold. Observan que el cadáver no está descompuesto, que hay sangre fresca en su sudario y en su cara, y que le han crecido uñas nuevas. Ante estos datos deciden hundirle una estaca en el corazón. Al hacerlo, el cuerpo de Paole gruñe, y sangra. Lo queman junto con el de sus supuestas cuatro víctimas.
En el año 1731 renace la epidemia. En breves semanas fallecen más de diez personas sin haber tenido signos de enfermedades previas. Se pide ayuda al emperador. Es enviado el especialista en enfermedades contagiosas Glaser. Este médico manda desenterrar los cuerpos de los fallecidos y les realiza las correspondientes autopsias. Los síntomas que se habían mencionado eran: dolores de costados y pecho, fiebre, convulsiones y pinchazos. Se culpaba a Milica, una mujer inmigrante que se había radicado en el pueblo seis años antes, y que provenía de zona turca, por el brote. Al parecer había comido carne de oveja muerta por vampiros. Ante todos estos hechos, Glaser solicita permiso para ejecutar los cuerpos y así dar por finalizada la histeria colectiva que impera en la región.
Las autoridades de Belgrado deciden mandar una comisión de investigación a cuyo frente ponen al cirujano militar Johann Flückinger, que arriba al pueblo el 7 de enero del año 1732. Este registra 17 víctimas, cuatro más que Glaser. Descubre además un vínculo con una epidemia anterior, la primera. Las ovejas, cuya carne había comido Milica, habían sido matadas por Arnold Paole y los primeros vampiros de la zona.
¿Por qué nos hemos demorado en este episodio con tanta fruición? ¿La sensación de pertenencia al meollo metafísico la confieren los hechos descritos, o la mera inscripción en el flujo vertiginoso de la pesquisa? ¿Qué sincroniza aquí?
Caigamos ahora con absoluta fe en la investigación oficial del año 1732.
Rafael Teicher
CONTINUARÁ