( Esto No es un Blog, es una Revista Cultural - Se Edita por este Medio porque aún No Consigue Financiación para ser Lanzada en Papel )
lunes, 16 de febrero de 2015
Aguas Seriales
agua lenta para acunar
sombreros
agua Scarlatti
agua de ombligo
agua a lunares,
federal
aguas aviadoras
o eucarísticas
agua del trasfondo
peinada con
spray
agua rusa
paquetes de agua atados
con el pelo
de un
indio
agua combatiente
circundante,
terca,
y callosa
báculo de agua que fractura
la rodilla del
viento
agua mnemotécnica,
incumplida
plano de la oreja,
monacato
del
flujo
agua táctica,
explosiva
colmillo del agua vengando
la arena
agua con vellos,
sin manubrio
agua de la ingle,
gigante,
fideísta
agua hembra coronada,
homérica
ejercida como el
párpado
agua estudiosa,
contorsionista
agua ribeteada en el perfil
del trueno
hormonal y sollozante
agua báquica
asesina de Cristo
ascensos de agua
en el medio
del sol
agua prima,
herbívora
agua para el masaje absolutorio
de los
pies
agua
en
paz
Rafael Teicher Virasoro
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poemas
viernes, 13 de febrero de 2015
Talco y Conciencia
la piel espera
futura
bifronte
resuelta
hacia lo grave
helada y atenta
como una
copa
maravilloso espejismo
hecho de
cal
contactada
y gestora
sin embargo,
la piel
no
alcanza
al corazón
lo negro desistido y noético
del alma
la descarga interna
lo imposible
Rafael Teicher Virasoro
Etiquetas:
poemas
jueves, 5 de febrero de 2015
Problema de Fondo
nivel de escritura elemental, para editar como e-book y ser leído en el tren
El hombre despertó con la cara irritada. Había dormido toda la noche con la boca abierta, como un pozo. Estornudó varias veces y se limpió los labios contra el almohadón. Se puso de pie con movimientos laxos. Avanzó hasta el baño y abrió la ducha. Cuando el espejo comenzó a empañarse apoyó una mano en el lavatorio y la nariz contra el cristal. Olía a agua caliente y sucia, y a encierro. Sin embargo, algo bautismal anegaba el cuarto.
Esa mañana decidió salir sin desayunar. Tomó el tren de todos los días. Iba cargado como si se tratara de un servicio estatal de último momento que condujera a los ciudadanos a algún refugio por una alerta de guerra. Nadie levantaba los ojos hacia el aire, ni se atrevía a depositarlos en los ojos del otro. El hombre, Juan, señoreaba con sus párpados carnosos en esta extraña vacancia sensorial y de conciencia. Era capaz de recorrer carteras, piernas desnudas, móviles, árboles al otro lado del vidrio, argollas, pasamanos. Todo le pertenecía, como si fuera el amo del mundo.
El silencio externo no resultaba de una coyuntural y casual conjunción de maniobras voluntarias, sino que se derramaba desde la rabiosa concentración de los pasajeros en sus celulares. Pulsaban las teclas como si cascaran nueces. Hacían fuerza procurando imprimir carácter a sus fungibles dichos, lo cual es una paradoja evidente. En verdad no escribían, de eso Juan estaba seguro. Escribir es una tarea antigua, llena de moho y de hidalguía. Ellos tocaban el mundo a través de una cáscara de plástico, o de un vidrio blando. Poseen. Eso hacen, poseen el mundo, sentenció el hombre.
Y mientras sus compañeros de rutina se adueñaban de los volúmenes brillantes de la vida virtual, Juan, accedía con la vista y con el anhelo, a los frontispicios de los edificios y a los balcones abiertos, que estaban de pie frente al sol. Se parecen a helados de fruta esperando el paso terrible y dulce de la lengua de Dios, definía.
Arribó a la oficina de la editorial diez minutos antes del comienzo de la jornada. Entró haciendo un psicodélico y espantoso ruido con las mangas de su campera. El aire estaba frío. Se preparó un vaso de café de la máquina. Tenía un olor penetrante, más literario que real. Eso lo reconfortó. Estaba habituado a las sensaciones falsas de tal manera, que lo concreto, muchas veces, le resultaba insípido. Encendió el ordenador. Acomodó el tacho de los papeles en el rincón y se sentó en la butaca.
A través del fibroso y leve humillo del café pudo observar a Carmen que ingresaba en su gabinete. Cerró la puerta con donaire, respondiendo con altivez a alguna especie de lisonja imaginaria e inoportuna. La cerró con viento y todo, pensó Juan, y eso lo dejó llano y lacio como un pedazo de espejo.
- ¿Te caíste de la cama?-dijo una voz.
- Hace un par de años -contestó Juan sin desplegar, o contraer, mayores arrugas en el rostro.
- Se fue para siempre-replicó la voz- Cuándo lo vas a digerir...
Juan estrujó el vaso de café vacío y lo arrojó al cesto.
- Cerrá más despacito que vas a romper el vidrio -dijo, y suspiró.
Al otro lado del tabique de la oficina de Juan, se oía el desplazamiento de un mueble trabajoso, no pesado, pero imposible. No trajo la mini negra, pensó Juan. Un día menos activo.
- ¡Carmen! -gritó de pronto, levantándose de la butaca.
Al cabo de un cortante silencio, se abrió la puerta de la oficina de Juan. Carmen estaba de pie en el marco de la puerta, con la blusa completamente desabrochada.
- ¿Me ayudás con el broche? - dijo, señalando con el rabillo del ojo sobre su hombro.
- ¿Te dieron franco? -dijo Juan sin inmutarse.
Ella mantenía la composición. Juan fue rústico:
. Abrochate la blusa, es tarde.
La mujer giró taconeando y trabó la puerta tras de sí con un ademán sigiloso y perfecto. Y al hacerlo, Juan quedó envuelto en una suerte de neblina de sí mismo. Torrentes triunfales de perfume de Juan entraban por sus fosas nasales y lo embriagaban. A pesar de la sensación de imperio, no se sintió satisfecho y volvió a desplomarse sobre la butaca.
( como nadie financia esta publicación nunca sabremos nada más de la vida de Juan )
PD: el corrector de estilo quedaría a cargo de la sustitución de la palabra "butaca", por un sinónimo no muy artificioso, en dos de las no muy felices ocasiones en que es utilizada por el autor.
Rafael Teicher Virasoro Zubiría
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relatos
miércoles, 28 de enero de 2015
Indagaciones y Pensamientos Dispersos sobre la Vida Erótica del Vampiro III ( Final )
El cuerpo de especialistas militares estaba compuesto por tres cirujanos: Siegele, Baumgarten, y el propio Flückinger, y por dos tenientes coroneles: Büttner y von Lindelfels. Con la participación de algunos gitanos, se exhumaron los cuerpos. Cinco afloraron corruptos, y doce intactos y colmados de sangre sin coagular. Los informes de Flückinger son más técnicos que los de Glaser. Algunos lucían, consta, con la piel encendida y las uñas nuevas y limpias, incluso aquellos que en vida habían tenido epidermis mustia, o ajada.
El equipo le cortó las cabezas a estos doce cadáveres y los quemó. Ya en Belgrado, Flückiger publicó un libro: “Visum et Respetum”, que difundió el uso del término “vampirus”.
¿Qué es un vampiro? Una entidad suspendida entre la vida y la muerte, un adicto a la sangre. Derrama sangre. Se sostiene en, y por, la sangre del sacrificio. Bebe al pie de la cruz la sangre que mana del mártir. Es la actividad opuesta a la del Cristo. Cristo se dona, regala su sangre, la pierde, por la salvación del mundo. El vampiro, absorbe la sangre del mundo para su manutención individual. Es un sacerdote vuelto haci sí. Practica una misa negra solitaria. Convierte la sangre en pan, al revés que en la maniobra eucarística, donde el pan y el vino, se transubstancian en el cuerpo y la sangre del Cordero.
Estamos fascinados. Quisiéramos hojear los originales del informe de Flückinger, visitar el pueblo mediterráneo de Medveja. Porque lo que perseguimos es un estado. No vamos a por un sitio, ni siquiera a por un espaciotiempo concreto. Nos apetecen unas coordenadas inmanentes. Sucede igual durante la lectura de los ágiles y veloces cuentos de Roberto Bolaño, o con los flujos narrativos meticulosos de Juan José Saer. Uno no desea desenlaces. Uno encarna en el espacio del texto. Todo se vuelve sagrado. El relato se nos presenta como templo. Lo amamos, le tememos, lo profanamos y defendemos al unísono, con cada latido cardíaco y con cada movimiento respiratorio. También pasa esto con las películas de terror de buena factura, las de David Lynch por ejemplo. El terror de lo paranormal es una antesala para el descenso del Espíritu. Cuando somos poseídos por el miedo, el alma se tensa hacia lo otro. Tiende a lo oscuro, a lo cerrado, y a lo ajeno. Y en esta penumbra habita el Amor. En última instancia, quien necesita caer en una sensación de escalofrío, requiere a Dios.
Qué es realmente lo que buscamos. ¿Queremos encontrarlo?
Retornemos a Drácula, y a Mina. Hemos visto al pasar algunos nombres: Vlad Tepes, Erzsébet Bathory. ¿Quiénes han sido estos nombres? ¿Qué discurso carnal han sido? ¿Qué proceso? ¿Qué dinámica y qué camino? ¿Hacia dónde marcharon y dónde se hallan? ¿Cómo consuenan en mi conciencia del presente? Y aun: ¿quiero verdaderamente perderme en las geografías biográficas de estos nombres del pasado? ¿Gano con ello? ¿Conquisto paz para el palpitar de mi herida: la conciencia?
Continúa el vértigo crepuscular que nos empuja hacia el no-yo.
¿Por qué el vampiro tiene sed?, esa es la pregunta. ¿Qué denuncia su sed sobre la identidad? ¿Es posible la existencia sin sed?
Existir es el hambre. Somos, tal vez, vampiros. Todos deseamos el pan y la sangre del mundo. Estamos poblados de voracidades y de instintos rapaces. La estaca que ha de clavársenos en el pecho es la Palabra de la Vida. El vampiro es una alegoría del pecado, no de la ciencia. Por eso repulsa el sol. Anhela tanto que se ha estancado en un instante. Detuvo la dinámica del cuerpo. Se esconde de la muerte como un rufián. No abre su ser a lo inconmensurable. Prefiere tapar el futuro con detritos y carroña. Luce envuelto en una burbuja sombría y pestilente. No arriesga. Tiene la vida más segura de todas, la del burgués. Cuando tiembla, descarga su violencia sobre el otro, sobre el mudo, sobre el no-yo. Descarga la furia y bebe. No es capaz de amor. Amor es dádiva de sí, renuncia, conversión del propio cuerpo en pan y en vino.
¿Y Erzsébet Bathory? Era una condesa homicida, una cainita. Torturaba y masacraba obscenamente a campesinas fungibles. Despreciaba la cara. Rendía culto al cuerpo compuesto y masivo genital. Igual que el marqués de Sade. No toleraba la interpelación del rostro. Cubría el amor con el deseo. Huía de la necesidad mediante la violencia. Como nosotros, cuando transformamos la culpa que sentimos ante el inocente, por el daño que ya le hemos propinado, en más enojo. Algo nos enceguece. Nos domina y nos desborda la irritación. Nos encona la inconsistencia del orbe y nuestra propia naturaleza fangosa. Quisiéramos la belleza íntegra, y no la mancha. Lo que nos vuelve locos es la mancha.
Como hemos manchado el vestido luminoso del santo con los venenos repugnantes de nuestra obra, entonces decidimos detenerlo. Queremos morir de hondura. Y al quererlo, damos el disparo de gracia. Nos odiamos. Odiamos existir. Odiamos tener un rostro. Queremos rasguñarnos hasta extirpar de nuestra cara la vergüenza, y la luz. Nos posee el fervor del anonimato vindicativo, lo uniforme, lo democrático. Seríamos capaces de incendiar el horizonte entero como ofrenda por un defecto imponderable.
Para dejar de ser despóticos, todo ello ha de ir a la cruz. Hemos de llevar al Gólgota, y a la mesa de Pésaj, las pasiones y el fastidio que nos mandan. Hemos de perdonarnos el peso, el pálpito, la exhalación, y el rostro.
Rafael Teicher
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ensayos
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