Rafael Teicher
domingo, 14 de noviembre de 2010
Sobre el film "India Song" de Marguerite Duras
Rafael Teicher
sábado, 13 de noviembre de 2010
El Recurso Absoluto de la Repetición en la Obra Artística
Sabido es que la pieza artística se compone con dos parcelas o elementos —o son dos los “modos de ser” que epistemológicamente se ha convenido conferirle por decantación historiográfica—: materia, esencia o sentido por un lado, y forma, estructura o embalaje por el otro. Respecto a la arquitectura o formato se ha insistido también en la distinción entre dos aspectos de la misma: repetición y modulación. La repetición, como su nombre lo señala, radica en la replicación o clonación de un pasaje, fragmento, o módulo de la obra a modo de recurso o de golpe de efecto. La modulación, en cambio, consiste en la variación o el matiz temático, vale decir: el arduo movimiento parcial de los caracteres o señas de la estructura operística de manera que cause un resultado de motilidad o cambio, sin alterar el grado de percepción de la línea medular o esencial de la forma en cuestión. También se ha remarcado la necesidad de equilibrar estas dos últimas peculiaridades. Se ha erigido casi como ideal de la “buena forma” artística la óptima imbricación de ambos recursos: modulación y repetición, y con este principio ha quedado establecida por vía de corolario la inconveniencia de la hipertrofia o exageración de la repetición, e incluso, el primado de la misma ( a niveles porcentuales ) por sobre la instrumentación del recurso de la modulación. No se ha hecho hincapié, sin embargo, en la impertinencia o improcedencia de la exacerbación opuesta: el imperio de la modulación por sobre la repetición.
Aquí daremos dos ejemplos de la utilización del recurso opulento de la repetición como ruptura del equilibrio morfológico de la pieza estética, y como despertador y captor de la atención espectacular ( del espectador o lector. ) El primer ejemplo sucede en la novela 2666 de Roberto Bolaño. En dicha torrentera narrativa acontece una suerte de detención argumental. En el corazón del hilo discursivo, Bolaño, decide adentrarnos en una cadenilla de crímenes de mujeres que provoca vértigo, fatiga y alienación. Si bien dichos episodios argumentativos no son meras especulaciones ( imágenes replicadas ), el dominio de su condición de reiteración o retención por sobre su mínima o menuda alteridad narrativa, es absoluto. Ante este abismo temático, el lector, no tiene más remedio que soportar la dictadura discursiva del narrador, ha de sucumbir en el efecto. La angustia obtenida actúa como enzima en la conciencia del espectador, lo arroja, lo irrita, lo devuelve a la vida cargado de un enfado positivo, lo irradia.
El otro ejemplo que queremos destacar ocurre en un film del año 1994 del director austriaco Michael Haneke denominado “71 fragmentos de una cronología del azar.” En esta película, el autor, elige inmovilizarnos durante varios y excesivos minutos ante una toma fija de un duelo o juego de pelota. Lo que se opera en la mirada del lector es un estado de inminencia. La repetición conquista la trama, la eterniza, la levanta del orden esperable o deseable, hacia el desorden de lo imprevisto; la despelleja. Ante esta imagen intra-dinámica ( estática por simetría de la ondulación ) se desata en el ojo del espectador un proceso paradójico de ansiedad y amparo. Quedamos anegados por una marejada idéntica y por tanto sólida, que rebasa nuestras posibilidades de inteligencia sobre el futuro, quedamos entregados en manos del cincel y desprovistos de poderío. El tiempo se ha convertido en el único y el último dueño del acontecimiento.
Queda entonces abierta la polémica acerca del valor y de la efectividad del mentado recurso absoluto de la clonación o réplica en la obra estética.
Rafael Teicher
martes, 9 de noviembre de 2010
Concurso de Poesía Libre "Eva Mater Argentina"
martes, 2 de noviembre de 2010
Asimetrías Discursivas
Un texto es un ámbito, un espacio. Los textos literarios también. El espacio estético funciona como volumen alterno. Quien raya un espacio estético, edifica realidad. Lo que distingue lo real de lo virtual no es el predominio de lo bello por sobre lo proporcional. Expliquemos esto.
Cuando un lector arriba al muelle de un texto puede adoptar dos posturas esenciales. Puede ingresar en la neblina textual cargado de axiomas y de expectativas concretas, o puede sumergirse de modo liberal, festivo, y pasivo en el meollo propuesto. El lector que no se deja envolver por la masa ficticia permanece detenido al borde de la obra. En cambio, el espectador que se aviene, que se deja anegar por la marejada de la obra, renace.
Por otra parte, la obra, puede estar pergeñada según dos directrices o rumbos. Existen obras o textos cuya ingeniería consuena con la arquitectura cartesiana, son textos ortodoxos, morfológicamente ortodoxos. Dichas estructuras vienen ejemplificadas por la arquitectura narrativa decimonónica fundamentalmente. La narrativa del siglo XIX se caracteriza por un apogeo de la limpieza y el desarrollo. A este respecto, el escritor español Azorin, ha escrito que el estilo no se consuma nunca antes del despliegue, vale decir: el estilo ( narrativo, discursivo, aceptable, consensuado o tácitamente consensuado ) consiste en el desenvolvimiento de la idea. Un libro operado por el estilo ( un libro decimonónico, al margen de la fecha en la que haya sido tallado ), es un libro que transcurre por desarrollo de un cuerpo narrativo, que se desliza, que fluye. Estos textos son textos lógicos, termodinámicos. La textura de estas obras es previsible, cercana, luminiscente. Sin embargo, existe otra manera de decir, una manera trascendente, multipolar.
El autor que comienza una novela, por ejemplo, se halla ante el papel en blanco y sobre su mesa de trabajo palpitan las herramientas narrativas. Tiene a su merced las imágenes, las comparaciones, los episodios coloquiales, las descripciones, el punto de trama, las perspectivas, el ritmo, los perímetros gramaticales, el color semiótico. El escritor va utilizando los diferentes cinceles de acuerdo a las exigencias del estilo. Si ha optado por la moldura decimonónica ( en el sentido que le hemos dado aquí ), entonces antepone las razones argumentativas a las sugestiones icónicas o contextuales. Narra y esgrime los instrumentos narrativos sirviendo a la causa del despliegue epistemológico. Busca entretener, pero no eleva.
El "Ulises" de James Joyce es una novela distinta. Como toda pieza estética, promueve la di-versión, el juego, pero no lo hace por medio del relieve escultural cartesiano. El autor del "Ulises" se mueve con mayor osadía, con mayor gozo. Va descolgando del tablero del artesano las herramientas que el capricho le sugiere. El "Ulises" resulta entonces un texto invitatorio, descocado, y feliz.
Como autores nos hallamos de pie ante el interrogante, ante el desafío abierto por el "Ulises" ( y por muchas otras obras estéticas inquietas, exploratorias, dignas ). Podemos elegir el camino del estilo. Podemos contar una trama, un cuento, siguiendo las pautas edilicias decimonónicas, o podemos investigar el papel con el báculo del ciego: el arte.
Si me preguntáis qué es el arte, os diré: la búsqueda.
Así las cosas, no queda más que asumir que la mayoría de las novelas escritas en el siglo XX y el XXI, no son modernas; son meras resonancias decimonónicas, son decorativas, no son artísticas. Lo mismo sucede con la música, aunque curiosamente, con la pintura, el avance ha sido más agudo. La abstracción comparte con la figuración un sitio en el inconsciente colectivo estético.
Hemos escuchado o leído por allí, que el arte ha atravesado en las primeras décadas del siglo XX una crisis estilística o estructural, de la cual ha salido vencedor y con la cual se ha fortalecido. Hemos escuchado o leído que la experimentación surrealista ha probado y templado al naturalismo narrativo, vale decir: que luego de la tormenta dadaísta, y surrealista, la literatura ha sabido recuperarse y restablecer el contrato cartesiano o real con el público. Pues yo digo, si esa supuesta peripecia nos regala con la narrativa realista actual ( desde el realismo mágico hasta Paul Auster ) entonces hemos perdido. Hemos perdido la dirección. Hemos perdido la aspiración. Lo que ha triunfado es el siglo XIX, y ha triunfado sobre la aventura, sobre la evolución, e incluso sobre el buen gusto y la espiritualidad.
Hemos dicho.
Rafael Teicher