Sabido es que la pieza artística se compone con dos parcelas o elementos —o son dos los “modos de ser” que epistemológicamente se ha convenido conferirle por decantación historiográfica—: materia, esencia o sentido por un lado, y forma, estructura o embalaje por el otro. Respecto a la arquitectura o formato se ha insistido también en la distinción entre dos aspectos de la misma: repetición y modulación. La repetición, como su nombre lo señala, radica en la replicación o clonación de un pasaje, fragmento, o módulo de la obra a modo de recurso o de golpe de efecto. La modulación, en cambio, consiste en la variación o el matiz temático, vale decir: el arduo movimiento parcial de los caracteres o señas de la estructura operística de manera que cause un resultado de motilidad o cambio, sin alterar el grado de percepción de la línea medular o esencial de la forma en cuestión. También se ha remarcado la necesidad de equilibrar estas dos últimas peculiaridades. Se ha erigido casi como ideal de la “buena forma” artística la óptima imbricación de ambos recursos: modulación y repetición, y con este principio ha quedado establecida por vía de corolario la inconveniencia de la hipertrofia o exageración de la repetición, e incluso, el primado de la misma ( a niveles porcentuales ) por sobre la instrumentación del recurso de la modulación. No se ha hecho hincapié, sin embargo, en la impertinencia o improcedencia de la exacerbación opuesta: el imperio de la modulación por sobre la repetición.
Aquí daremos dos ejemplos de la utilización del recurso opulento de la repetición como ruptura del equilibrio morfológico de la pieza estética, y como despertador y captor de la atención espectacular ( del espectador o lector. ) El primer ejemplo sucede en la novela 2666 de Roberto Bolaño. En dicha torrentera narrativa acontece una suerte de detención argumental. En el corazón del hilo discursivo, Bolaño, decide adentrarnos en una cadenilla de crímenes de mujeres que provoca vértigo, fatiga y alienación. Si bien dichos episodios argumentativos no son meras especulaciones ( imágenes replicadas ), el dominio de su condición de reiteración o retención por sobre su mínima o menuda alteridad narrativa, es absoluto. Ante este abismo temático, el lector, no tiene más remedio que soportar la dictadura discursiva del narrador, ha de sucumbir en el efecto. La angustia obtenida actúa como enzima en la conciencia del espectador, lo arroja, lo irrita, lo devuelve a la vida cargado de un enfado positivo, lo irradia.
El otro ejemplo que queremos destacar ocurre en un film del año 1994 del director austriaco Michael Haneke denominado “71 fragmentos de una cronología del azar.” En esta película, el autor, elige inmovilizarnos durante varios y excesivos minutos ante una toma fija de un duelo o juego de pelota. Lo que se opera en la mirada del lector es un estado de inminencia. La repetición conquista la trama, la eterniza, la levanta del orden esperable o deseable, hacia el desorden de lo imprevisto; la despelleja. Ante esta imagen intra-dinámica ( estática por simetría de la ondulación ) se desata en el ojo del espectador un proceso paradójico de ansiedad y amparo. Quedamos anegados por una marejada idéntica y por tanto sólida, que rebasa nuestras posibilidades de inteligencia sobre el futuro, quedamos entregados en manos del cincel y desprovistos de poderío. El tiempo se ha convertido en el único y el último dueño del acontecimiento.
Queda entonces abierta la polémica acerca del valor y de la efectividad del mentado recurso absoluto de la clonación o réplica en la obra estética.
Rafael Teicher
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