Un texto es un ámbito, un espacio. Los textos literarios también. El espacio estético funciona como volumen alterno. Quien raya un espacio estético, edifica realidad. Lo que distingue lo real de lo virtual no es el predominio de lo bello por sobre lo proporcional. Expliquemos esto.
Cuando un lector arriba al muelle de un texto puede adoptar dos posturas esenciales. Puede ingresar en la neblina textual cargado de axiomas y de expectativas concretas, o puede sumergirse de modo liberal, festivo, y pasivo en el meollo propuesto. El lector que no se deja envolver por la masa ficticia permanece detenido al borde de la obra. En cambio, el espectador que se aviene, que se deja anegar por la marejada de la obra, renace.
Por otra parte, la obra, puede estar pergeñada según dos directrices o rumbos. Existen obras o textos cuya ingeniería consuena con la arquitectura cartesiana, son textos ortodoxos, morfológicamente ortodoxos. Dichas estructuras vienen ejemplificadas por la arquitectura narrativa decimonónica fundamentalmente. La narrativa del siglo XIX se caracteriza por un apogeo de la limpieza y el desarrollo. A este respecto, el escritor español Azorin, ha escrito que el estilo no se consuma nunca antes del despliegue, vale decir: el estilo ( narrativo, discursivo, aceptable, consensuado o tácitamente consensuado ) consiste en el desenvolvimiento de la idea. Un libro operado por el estilo ( un libro decimonónico, al margen de la fecha en la que haya sido tallado ), es un libro que transcurre por desarrollo de un cuerpo narrativo, que se desliza, que fluye. Estos textos son textos lógicos, termodinámicos. La textura de estas obras es previsible, cercana, luminiscente. Sin embargo, existe otra manera de decir, una manera trascendente, multipolar.
El autor que comienza una novela, por ejemplo, se halla ante el papel en blanco y sobre su mesa de trabajo palpitan las herramientas narrativas. Tiene a su merced las imágenes, las comparaciones, los episodios coloquiales, las descripciones, el punto de trama, las perspectivas, el ritmo, los perímetros gramaticales, el color semiótico. El escritor va utilizando los diferentes cinceles de acuerdo a las exigencias del estilo. Si ha optado por la moldura decimonónica ( en el sentido que le hemos dado aquí ), entonces antepone las razones argumentativas a las sugestiones icónicas o contextuales. Narra y esgrime los instrumentos narrativos sirviendo a la causa del despliegue epistemológico. Busca entretener, pero no eleva.
El "Ulises" de James Joyce es una novela distinta. Como toda pieza estética, promueve la di-versión, el juego, pero no lo hace por medio del relieve escultural cartesiano. El autor del "Ulises" se mueve con mayor osadía, con mayor gozo. Va descolgando del tablero del artesano las herramientas que el capricho le sugiere. El "Ulises" resulta entonces un texto invitatorio, descocado, y feliz.
Como autores nos hallamos de pie ante el interrogante, ante el desafío abierto por el "Ulises" ( y por muchas otras obras estéticas inquietas, exploratorias, dignas ). Podemos elegir el camino del estilo. Podemos contar una trama, un cuento, siguiendo las pautas edilicias decimonónicas, o podemos investigar el papel con el báculo del ciego: el arte.
Si me preguntáis qué es el arte, os diré: la búsqueda.
Así las cosas, no queda más que asumir que la mayoría de las novelas escritas en el siglo XX y el XXI, no son modernas; son meras resonancias decimonónicas, son decorativas, no son artísticas. Lo mismo sucede con la música, aunque curiosamente, con la pintura, el avance ha sido más agudo. La abstracción comparte con la figuración un sitio en el inconsciente colectivo estético.
Hemos escuchado o leído por allí, que el arte ha atravesado en las primeras décadas del siglo XX una crisis estilística o estructural, de la cual ha salido vencedor y con la cual se ha fortalecido. Hemos escuchado o leído que la experimentación surrealista ha probado y templado al naturalismo narrativo, vale decir: que luego de la tormenta dadaísta, y surrealista, la literatura ha sabido recuperarse y restablecer el contrato cartesiano o real con el público. Pues yo digo, si esa supuesta peripecia nos regala con la narrativa realista actual ( desde el realismo mágico hasta Paul Auster ) entonces hemos perdido. Hemos perdido la dirección. Hemos perdido la aspiración. Lo que ha triunfado es el siglo XIX, y ha triunfado sobre la aventura, sobre la evolución, e incluso sobre el buen gusto y la espiritualidad.
Hemos dicho.
Rafael Teicher
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