Uno de los recursos más convenientes para conferir naturalidad a una pieza dialógica televisiva, e incluso cinematográfica, es la vertebración del cuerpo del momento conversacional mediante consignas y no por guión detallado. Muchas veces la frescura interpretativa viene de la mano de un cierto grado de improvisación o de espontaneidad. Generalmente, esta herramienta, es usada con mayor osadía y descoco en el ámbito de la comedia. Da pie para reflexionar acerca del prejuicio que contiene a las piezas trágicas en una situación pétrea, donde no caben las articulaciones versátiles ni la oxigenación de lo repentino.
En una plática real hay tropiezos, erratas, disuasiones, y otras impurezas de orden discursivo. Si el parlamento de una obra de televisión —o filmográfica— no admite una franja aleatoria o discrecional textual, exige de parte del elenco un nivel actoral de gran porte. En cambio, la consigna, habilita a un universo más amplio de representantes, ya que el grado de dificultad que significa la construcción verosímil de la letra ( entonces, poblada de atropellos, redefiniciones, faltas ) es más bajo que en los libretos cerrados.
Es curioso que sea el espacio lúdico y no el dramático, el que admita el trabajo compuesto mediante nudos o consignas temáticas con envoltorios de improvisación. Quizás creemos aún que lo grave ha de guardar una estrecha relación con lo fatal, y que lo hilarante resulta antojadizo y presente, y libre.
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