El crimen fotográfico sucede cuando la conciencia óptica mutila lo continuo. El fotógrafo ha de conquistar cierta transparencia gravitatoria de modo tal que pueda liberar la lente en lo consistente a modo de derrame, de fundación.
Cada fotograma es todo el tiempo: un llanto devuelto a lo infinito desde lo infinito. Aquello de la conversación sombría inherente a los espejos. Aquello de la interacción mutua e inaugural.
La cámara no interpela ni indaga. La cámara peca, despuebla. La cámara no pide la mano ni la mano pide a la cámara. La cámara opera como el gancho de un ave divulgada y carnicera , brotando.
Con la cámara se oye.
Con la cámara se escribe.
Y se pisa.
Fotografías con Celular por Gabriela Bruckner
Texto por Rafael Teicher
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