Sucede en un polígono perfecto, par. En un cuadrado que ocurre por la resonancia de un segmento cualquiera; es decir: de una cifra o una potencia. Ese valor antojadizo tirita, desdoblándose primero en dos, y luego en cuatro. Hacia adentro, el cuadrilátero cae en lo binario, en ocho. Ocho cuadros, que para estacionarse en el equilibrio, detonan ocho veces. Irrumpe entonces la matriz con sesenta y cuatro locaciones. Treinta y dos locaciones negras y treinta y dos locaciones blancas. La luz y la ausencia tramadas en espejo. Y sobre este espejo nocturno —o lácteo—, tembloroso y cambiante, tiene cabida la dialéctica. La materia contra lo abstracto. La gravedad de las formas enfrentada a las gracias del peso. El grumo y la flama. La mujer y la cruz.
Fotografías con celular por Gabriela Bruckner
Texto por Rafael Teicher
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