Alguien corre desesperado por las calles trabajosas del bajo. Las suelas de sus botas resbalan sobre las piedras. Sesga, meteórico e innumerable, un rectángulo de arbustos y de flores. La luna castiga sus hombros, terrenos, húmedos. Tropieza contra toneles y cajas. Repica escalinatas altivas. Atropella telas níveas que pegan sus lóbulos al viento. Al fin, patea el cuerpo de un conejo revuelto en sus propios órganos, y se detiene. La botella robada le pesa como un corazón en el remolino sudoroso del cuerpo. Delante de sus ojos, deshidratados, se yergue, demencial y elusiva, la casa del odio.
Rafael Teicher
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