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lunes, 19 de agosto de 2013

Marcha con Palmatoria


Un puente encerado bajo la lluvia, escamosa, y blanca. Como un hombro acometedor desbaratado en las conclusiones del tiempo. 

Espumosa contrapuerta de una burbuja. Pespunte trazado a bujía ( oscura ), que se aventura en los paños húmedos del aire. 

La mirada se resume en la infinita libertad del puente. Lo impalpable se ha descargado en el retumbo inteligente de este andamio. Escondido y venéreo hierro. De lento acuerdo con el arañazo del pecho.

¿Cuántos nidos rubicundos se te descuelgan en la hora del enorme sinsentido?

Ante el puente, compruebas que lo incontestable ya no ansía destrabarse hacia el sol, que carece de dedo prensil o de antojo. —¿a quién se le ocurriría incitar a la saliva, y a la tierra, hasta volverlas puente? ¿Cuándo aparearon a las nubes de agua negra y al acero?

Encaramado en la soga de fuego, olisqueas el uterino viento, otra vez, y otra. Desde allí lo sabes todo. Estás encarado al vertedero del que nacen las cuestiones sin especie, y las del yo. Ha cesado la tempestad del cuerpo. 

Una larga caída se detiene bajo el embalaje de las formas. Formas ya nunca interrumpidas por el tajo, ni por el ronquido. Finalmente, conoces el desordenamiento y la imbricación.

Ahora, delante de la gran cofia aspirante y saturnal, imaginas una pitada de cigarro fecunda y dulce, como la muerte. 

En los charcos enfilados del río rueda la maquinaria enferma, y silente, de un papel de amor.


Rafael Teicher

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