A David Binker
Imagina un desierto de polvo de libro con una rosa escaladora haciendo pie en su ombligo.
Imagina un galpón de luz. No alcanzas a determinar si se trata de una oquedad, o si prevalece cierta transparencia imposible que lo asemeja a un insecto. Decides que no ha brotado ni responde. Le sospechas una incontención maravillosa. Su geometría es voluble y corta. Al fin, crees que sucede entre dos aletadas, o que tiene la forma patuda de una sonrisa.
Imagina la quema de un mapa soberano, resplandeciente. Y algo repugnante y osuno inaugurado por el fuego.
Imagina una casa sin puertas con los cerrojos prometidos, como cuerpos, de rosas, cebadas.
Imagina que esculpes los firmamentos de tu ser con la nariz y con la trabazón muscular del pecho y de los brazos. Siéntate en la medianera del día y de la noche a revisar la enorme biblioteca de chispas y de olores de tu fondo.
Excava en ti. Eres esa cosa plana, y apoplética, inmediata al revés de los párpados. Esa extensión de gasa negra a continuación de una gasa colorada. Y luego: te acabas sin miramientos en un par de golpes rectos. Allí, humean algunas intenciones cojas. Como si fenecieras por descorazonamiento en una suerte de fosforescencia.
Eres aéreo y estúpido, ¿lo ves? ¿Lo sientes? Ni siquiera llevas contornos. No se te podría definir como secuencia de episodios ingrávidos. Tu abultamiento ondula sobre la superficie del tiempo, nada más.
Piensa: ¿dónde ha ido el escupitajo inconstante y diverso de tu peso? ¿Qué destacas de ti? ¿Dónde lo propio de lo que te ufanas como un loco durante los estrépitos?
Cierra los ojos en un lugar crepuscular. Arboresce. No pienses que respiras, ni hagas oscilar el aire de las ideas. Procura la realidad incipiente de la luz. Sé infructuoso como el número. Intermedio y malgastado. Despuéblate a la manera del arco iris.
Amigo mío:
Sólo tenemos el recuerdo y el salto.
Sólo tenemos el recuerdo y el salto.
Rafael Teicher
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