a medida que se juntaba a las cosas le nacían flores en los labios
de tal forma, que con el manierista roce de su nariz
provocaba mundos cristalinos
( dentro del fuego descubrió las ruinas de un árbol de nieve )
sus costumbres divisorias le valieron el desahogado apodo de anteojo,
pero él, andaba exento, con su sombrero despachurrado, y gris,
las manos en los bolsillos:
pitando
una mañana marmórea y dulce,
cuando intentaba desamarrarse de un copo cósmico,
perdió el empuje colectivo y se quedó sin centro,
dormido
para siempre
dormido
para siempre
Fotografías con Celular: Gabriela Bruckner
Texto: Rafael Teicher
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