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lunes, 10 de febrero de 2014

El Mandala Cromado por Gabriela Bruckner como Epifanía del Nido y del Espejo


¿Podemos tomarnos la licencia de considerar que un acontecimiento atonal constituya una experiencia de carácter hierático? ¿Adónde se nos ha derramado la idea connatural de la dulzura y el consuelo místicos? ¿O quizás hemos sido derrumbados en una equivalencia bastarda entre revelación y ternura? ¿No hay acaso asperezas y noches en los ascensos y descensos del alma por la escala espiritual? ¿Seremos tan necios como para negar las lucrativas y salerosas contrariedades del leño del amor ( la cruz )?

Si bien el color ocurre como réplica, más acá de la piel refractante, miremos los sucesos complementarios custodiados en el corazón del mandala. Cuando la figura repulsa verde, significa que hospeda y atesora rojo. Y este rojo preservado permanece en estado de sosiego. Allí sucede la incubación de lo distinto. Con “distinto” se quiere expresar lo súbito, lo antojadizo. El rojo madre persiste en la tiniebla gestora. Se concierta con los demás tonos secretos, los que el círculo ha cifrado a cambio de su contestación luminosa hacia el entorno. 

Estamos en la vigilia de una idea nueva, en un nido. Los matices incrustados darán comienzo a un orden temporal discorde, al invento. Sabemos que las primicias juramentadas no podrán ser indagadas más allá de la espera. Son suceso futuro, amaneceres. Sin embargo, nos demoramos en lo expectante. Lo posado está al dente, casi al borde del acto. En el desnivel central del espejo pintado, se desgarran y se oprimen las argamasas de los colores orientales ( como auroras que despuntan ).

El mar es frío por fuera y fogoso por dentro.

En la hondonada se cuecen fundamentos imprevistos. Mientras que afuera, cabe el anegamiento de los ojos por una torrentera latinoamericana y fauvista de colores primos.


Diseño de Mandala por Laura Podio
Coloración por Gabriela Bruckner
Texto por Rafael Teicher

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