Según la definición de la Academia, “color”, es la “sensación producida por los rayos luminosos que impresionan los órganos visuales y que depende de la longitud de onda.” Por lo tanto, cada parcela manchada dentro del mandala, obra como un sistema de textura -o como rampa ( el matiz es un ángulo, una cifra )- gestor del tono. Entendido así, el contorno, desocupado, aguarda el trámite del artista, que cumplirá ejercicios de inclinación sobre las caras, intrigando escalas de pigmento. Podemos detectar entonces una cierta corporeidad incipiente en la llanura de la hoja. Una comparecencia progresiva, activada en primeras nupcias como desarrollo de un poliedro o interferencia, y luego, cual espacialización o volumen efectivo. Desenredémonos: la terapia cromática profesada contra el bosquejo, capacita a lo yacente otorgándole la perpendicularidad.
Un boceto resuelto por Gabriela Bruckner principia una proto-composición física, cosecha la franja discontinua donde se yergue lo distinto.
Nos referirnos aquí a los mandalas participados por la artista, como a genuinos colectivos constituyentes, como a principios sustantivos. Y estos cuerpos entregados al baño ondulante de la luz, impactan en la tez del curioso, no de una manera aditiva, sino ubicua. O sea: el desenlace conexo del empeño cromático acontece como integridad. La operadora conquista la armonía en un total que excede el caso. Los tintes riman estirándose hacia contubernios y matrimonios transmandálicos.
Podemos concluir que, teniendo los puntos anteriores en la mira, las labores de tintura de Gabriela Bruckner sobre diseños de mandala, ocurren en la categoría de la consonancia absoluta.
Diseño de Mandala por Laura Podio
Coloración por Gabriela Bruckner
Texto por Rafael Teicher
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