Sobre la Atonalidad en la Irisación de Mandalas de Gabriela Bruckner

La sintaxis cromática depende de una perceptividad neuronal química determinada, y previa. La "teoría del color" no hace sino poner de manifiesto las múltiples articulaciones intrínsecas preexistentes entre fenómeno ondulatorio y papila psico-lingüística. Atento a lo cual, la verdadera aventura pictórica sólo podrá acontecer más allá de los complementarios y las normas de la armonía: luego, o por debajo, de la gramática ocular. Y consistirá en un traspaso a la estridencia desde ( o por ) los planos consonantes. Será un liado descenso hacia el aspecto tenebroso del pigmento.

En los mandalas recaudados y operados por el desenfoque potestativo de Gabriela Bruckner, el color se presenta como problema: dis-gusta. No admite degluciones maquinales o ajenas. Fuerza una dilación. Invita hacia un espacio de presencia periodística, idónea. Sus obras imponen lo simultáneo, lo rabiosamente jurisdiccional. Son formaciones sancionatorias que, a primera vista, corroen la prosperidad óptica obligando al espectador hacia lo intencional: lo incumben. Desadormecen las facultades procesales del ser, levantándolo de las constelaciones y los mudras internos de beneficio ( prácticos ) hacia lo cargante. Los círculos, así brillando, hacen las veces de choques en el rostro. 

Una vez que estamos desnudos ante el estallido del color, comienza el segundo acto. Se nos ha constreñido hacia la pose hermenéutica. La desavenencia formal ha activado las funciones acústicas y exegéticas ( por las malas ). Ahora, la violencia deja paso a la voz.

Milagrosamente, los mandalas teñidos por la artista, comienzan a manar como charcos inaugurales. De ellos brota un nuevo código de hermandades y de afrentas. Caemos en un posible semiótico inesperado, salvaje. Y aumentamos.

La noticia de la luz distribuida nos ha variado.

Diseño de Mandala por Laura Podio
Coloración por Gabriela Bruckner
Texto por Rafael Teicher