Intento hacer una cajita musical con aletas de pescado… y no
En la cual el donde sean las cosquillas de un verano abierto… y sí
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Dedo por dedo me trepo en el número e intento elevarlo hacia la caricia de la mano primera.
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Raspando la olla se me pasa el hambre; me pregunto entonces si cada respuesta semeja una cuchara.
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¿Cuántas mitades se necesitan para desaparecer un todo?
Probablemente todas las sandalias de un abismo roto hacia el tejado.
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Guardo un candado en una caja y quedo esperando que acabe la poesía.
Es que sé que un collar de verdades descuelga los cuerpos.
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¿Qué protegen las palabras? ¿Cuál es la boca de los ojos? ¿Qué pétalos encierra un respiro?
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No sé si subir al pozo o engavillar la lluvia.
Esperaré la danza de la tierra para enceguecer mi paso.
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Desmoronadamente andantes, “impropietarios”, son los focos de algún libro que olvidé en la espera.
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Hurga en tu pie hasta desenterrar el ojal. Así sabrás que la oración no finaliza en el punto joven, más bien comienza en la senectud de todos los ojos.
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Cávame un nombre y desentierra cada aroma-sangre que evidencie un espacio.
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Lentamente voy sabiendo que los espejos son vigilias.
Por eso me miento como abanderada del agua y pronuncio los reflejos.
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¿Quién le robó los ecos a la luna?
¿Quién, su jungla de manos arpegiadas?
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Suspéndeme capilarmente y búscame en la habitación de un bolso cargado de minutos.
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Supongo una colección de adjetivos azules hundida en un vaso.
Y en su centro un cielo sustantivado hacia el alma.
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¿Moleremos lo invisible?
¿Denominaremos al brote detrás de la escena?
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Quizás las hojas caen lacias por temer a la palabra.
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Donde teme alumbra.
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Habrá que serenar las puertas del viento y ponerlas a todas mirando al sur.
Gabriela Bruckner - Rafael Teicher