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martes, 16 de febrero de 2010

La casa en palabras


Cerró la puerta. Afuera todavía amanecía y el aire de la muerte le era esquivo. Se sentía protegida entre paredes pálidas. Ni una foto para recordarla. Sólo el piano a la espera. Con ella. Con la eternidad de sus manos. Con la melodía de sus pies. El cansancio se cerró como la puerta. Porque Chopin la abría al mundo. Y el silencio era absoluto entre las notas. Un ustedes intenso desde el roce con las teclas, despertaba partituras y mecía los colores. Recién con el último acorde resbaló sin prisa. El sillón perfumaba su presencia. Ella vació los ojos, se sellaron las luces y se entregó. No sabía bien. Ya la mente volaba entre las mismas paredes pálidas. Una mano en su espalda, tan suave. La piel de la mujer no estaba blanca. Lo presentía. Creyó sonreír cuando la ausencia se fugaba. Los brazos tejían una sábana cálida. No se resistió. La melena oscura acariciaba su rostro. Nada de cosquillas. Mas bien, la inmensidad de almas.

-Te quiero, nunca lo olvides- en la voz dulce.

No escuchó pasos. No percibió un desliz en la sábana humana. No intuyó el sueño. O la realidad que la esperaba. Fueron minutos de un aroma eterno. En algún momento se instaló la muerte. El amor de la muerte. La conciencia de la pérdida. Y entonces, el sabor de la mañana no supo de mentiras. La verdad no la desmoronaba. La mujer no era presente. Ni ayer. Pero el futuro era otro. Un doblez del tiempo. Un arañazo oportuno. Un arañazo necesario y vivo. La muerte en vida. O la vida más allá. No podía mantenerse bajo el mismo reloj de siempre. Entonces se sumergió en lo que creía real. Abrió los ojos y las mismas paredes la observaban. El mismo piano. La misma ausencia de fotos. Pero la realidad tenía otra fragancia. La ilusión otro color. El universo otro mediodía. La casa otras pupilas. La casa. Su casa. La de ellas. La de ella. Se respiraba. Y respirando tomó su bolso. Volvió a cerrar la puerta. De camino al colegio, las mismas paredes dentro de la casa. ¿Las mismas paredes? El cuadro era impostergable. La dicha era impostergable. Se pintó el Sol en la cara y supo que la Luna la había visitado. La palabra había sido intensa. Y la voz de su madre, la casa en palabras.


Gabriela Bruckner

2 comentarios:

  1. Ciertamente cuando divagaba por la lectura de esta obra, iba esculpiedo en tu recuerdo, porque en cada palabra y cada frase, se dibuja algo parecido a parte de tu historia, o quizas tu historia propia.
    Como sea, creo que en tan breves, pero intensos pasajes, te reconcilias contigo, con tus dolores, tus miedos y tu sensibilidad que aquí, aflora con maestría.

    Felicitaciones, es lo menos que te puedo decir.

    Un abrazo.

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  2. Muchas gracias Patricio. Gracias por tu sensibilidad, gracias por acercarte.

    Un abrazo

    Gabriela

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