( Esto No es un Blog, es una Revista Cultural - Se Edita por este Medio porque aún No Consigue Financiación para ser Lanzada en Papel )

viernes, 25 de diciembre de 2009

Zain


*


recrudece el día

no hay espacio para un punto


*


eres sólo el desierto?

quizás ya trasluces la música del agua en la semilla


*


un sol dormido

incendia el horizonte

con lluvia seca


*


persianas rotas como aureolas?

no

salpicaduras del ser


*


amanecí tan verde como el ojo de la lluvia

( que guiñó su calma

y olvidó su luz )


*


la calle

se tornó infinita entre las ramas frías

hoy puedo


*


dejar de ser posible mataría la palabra



Gabriela Bruckner

El Motor de la Barrera


De pronto siento un berrido de cadeneta. Algo se escurre en lo hondo del muñón de la barrera. ¿Por dónde andará distanciada la mano arácnida que acciona?, pienso.

El fuselaje de madera desciende temblando. Miro los vasos de los árboles. Está nublado. ¿Un tren es más que un designio?, pienso.

Los herbajes crecen como bozo entre los rieles. ¿Qué atribuye los ojos?, pienso.

Dentro de qué soy, pienso. ¿Soy aún algo, por fuera del empujón?

La gente que va montada en los estribos no contiene, han de ser áreas, pienso. Y, sin embargo, mi concavidad corre.

Rayas ante rayas, pienso. Estrías, resolana.

Mas pongo el botín sobre el ponedero y abrogo un mundo. ¿Es esto una intervención?, pienso.

Desde dónde el foco, ¿qué prima?, pienso.



Al fin se me da por pararme sobre una vía. La luna comienza sobre una moldura de aluminio. Si camino sin curvarme alcanzaré a mirarme la espalda, pienso.

Un rostro es lo que resulta después de la persecución, es el límite, pienso.

La noche provee, atasca, pienso. Sólo nos queda la confianza en la felonía, el revés.



El motor para, ¿pararé yo? ¿Yo es el que mira las intemperies?, pienso.

Si realmente fuera masivo podría treparme, topar. Si fuera cierto, sería el curioseado, el descuido, lo hondo.



Y pienso todavía:


He aquí que soy un motivo sobre el asfalto de entre los raíles, así: oportuno, previsto, meramente interior. ¿Y tú?



Rafael Teicher

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Vísperas



— Transparentemente.
— ¿Transparentemente?
— Sí, me gusta desperdigarte, desconocer.
— De todos modos es una convicción.

Él lleva botas blancas. Ella luce sombrero de paja con margaritas.

— ¿Ves? Aquí, en este mirador, suelo quedarme a tallar.
— ¿Tallas?
— Claro, amaso las piezas de la memoria con el rostro.
— Como los ancianos.
— Como los velocistas.

Ella balancea la falda cerca de las hojas del mar.

— No creo que vaya a extrañarte.
— Por qué.
— Los que parten se vuelven totalidad, pulso. Se ausentan bajo la forma del paisaje.
— Nunca he contactado tu cuerpo.
— Tonto, me tocas cuando cierras los ojos, como el viento.

El arco iris posa sus talones en el agua. Y Él:

— Cómo bajar del molino.
— La arena también gira, las cenizas rotan, no hay manera de no dar vueltas. Es continuo.
— ¿No moriremos?
— ¿Ves esa dama con peineta, en el puente?
— ¿Esa?, ¿la que parece un ala salpicando?

— Ella está muriendo.

— ¿Sí?
— Sí, no talla, espera.

Baja la noche multitudinariamente. Huele a almendras o a piel. Ella dice:

— Si quiero escuchar el sonido que hace el mundo en el vacío, vengo a este lugar.
— Yo sólo oigo la canción de tus venas.
— Yo no existo, soy un paso.
— Pero yo adoro las huellas.

Seguramente suben a un barco y caminan por cubierta.

— Ya no sé si estamos escribiéndonos.
— ¿Aún escribes para desconectar las palabras?
— Intento la rotura.
— Qué sucedería si nos arrojáramos contra aquella hélice.
— El perfil.

Él buscaba en los ojos de Ella un punto fijo. Ella era superficie sin pliegue.

— Antes creía en las metáforas.
— ¿En las raíces volantes?
— Algo así.

— Hagamos lo opuesto a un beso.

Las estrellas eran otras, eran más, y distintas. Refulgían con forma de cambio.

— Busco el miedo.
— ¿La urgencia?
— Lo inminente, la falta.
— ¿La sensación del juicio?, ¿el golpe de la entrada?
— La intervención, lo postergado, lo menudo. Lo previo.

— Dónde buscas.
— En lo filoso, en las curvas, en los jardines de los victimarios.

— No sé si con todo esto no estaremos haciendo un hijo…

Ella se sienta sobre la pata de un ancla.

— Todos los términos son sinónimos, me harta.
— Tu último pecado es la consideración del dolor como umbral.
— ¿Te conté que he visto al diablo?
— No.
— Es un niño. Lo vi en un teatro. Estaba jugando con unas figuras de cartón. Me dijo: ¿eres capaz de dibujar algo que no se parezca a nada?
— ¿Y huiste?
— Procuro desde entonces caer hacia lo pertinente, pertenecer a lo que acontece. Y no lo logro.

— No creo que nos volvamos a ver.

Él se paró sobre una red de pesca estirada en el piso. Las nubes se desmenuzaban sobre su cabeza.

— ¿Por qué crees eso?
— No es posible ver dos veces a una misma mujer. La mujer es una aldaba contra un imposible, un vértigo.
— ¿Así me sientes?
— No te siento, te traspaso. Eres la única cosa que no me obstruye, la habilitación.
— Suena hermoso.
— Estamos a punto de algo, ¿lo notas?
— Siempre.

— Merodeándonos entre las sombras, desconfiándonos.

— ¿Qué podemos hacer para deshacer?

Él cita a Kant. Ella otea:

— Ahora flotamos.
— Desacordonarte, procuro.
— Si logramos olvidarnos saldremos de lo mutuo.
— Salir del dos, eso está bien.
— Ser impares, malignos.
— ¿Pero lo obtendremos luchando?

— Es verdad, mejor dejemos que se nos neutralice mediante la maniobra de la escritura.


Rafael Teicher

Ensayo de Sal


oceánica


de labios vestidos

y cabellos sin adiós


y demasiado paisaje para ventilar luceros


oceánica


de cristal en penumbra bajo el vertedero

con un quien mojado desde un sí despierto


desde un no en derrumbe


oceánica en mi piel-cultivo

los hombros se cierran al dorso del silencio


demasiado ventosa la barba del silencio

demasiados muslos para no nacer


oceánica


de jardín en el seno y de cielo en la lágrima

una nana me abre al horizonte


y me inundan cien verbos de luna


epidérmica en sonrisas rubias

soy el donde en mi ensayo de sal


oceánica -la mujer-

me espera


Gabriela Bruckner

viernes, 18 de diciembre de 2009

Noche de harina


de vez en cuando la tierra


el golpe de blanco

lo abrazado


se abre a la gota joven

de todas las inundaciones


a veces la llanura


el altar de brisas

la durmiente


cobija su mantel de horas

en la esquina del color


siempre hoy

-entre respiros de alondra-

la hojarasca se celebra gestos


siempre hoy

pende de la siesta amplia

todo el celo de la aurora


hoy y siempre

vertiente en la noche de harina


bajo el pecho espumoso del reloj de credos


Gabriela Bruckner

Lo Intrínseco

Y, a medida que se preguntaba qué es un poema, se le doblaba la nariz, hacia el suelo, como si pesase varios kilos, o fuese un pulgar planetario indicando el lugar para la excavación

Y decía ante los espejos:

¿De veras crees que tus ganas de leer este poema son posteriores a mis ganas de escribirlo?

O:


¿Has visto que en la zona de los títulos las palabras gozan de inmunidad?


Luego le gustaba hacer la plancha en una piscina azul decorada con hojas de acanto, así:



_____ ¿Eres capaz de vencer al triángulo? ______


Rafael Teicher

martes, 15 de diciembre de 2009

Manos Lacias


me espera la palabra

desde antes del principio


lánguida

serena

estilizada


palpita espaciosa entre mis cuellos

para traspasarme


y soy

lánguida

serena

estilizada


quien pudiera lloviznarse

-como ella-

los pasos límpidos de su perfume rojo


(quien pudiera)


quien pudiera sobrevivirla

más allá de sus manos lacias


si es en su silencio

toda la respuesta de la caricia en alas


por eso

me asemeja

a la idea de esperarme


como el universo en la semilla

duermo en su flabelo intenso


a la sombra del leopardo blanco

bajo el rostro de la fuente

con toda la sílaba en su espejo


y de reojo



allí


en el entonces del oleaje abstracto


soy el fin


(en su garganta salpicada de geranios)



Gabriela Bruckner

Escamaduras



— ¿Te gustan los jardines o los libros con jardines dibujados?
— Me gusta el exilio.
— ¿Has visto cómo el sol construye regiones de contención sobre los muros?
— Me incluyo en el fogaje.
— ¿Ganas algo siendo arborescente?
— Toreo.

Así hablaban, como cruzando olores. O así:

— ¿Cómo muere la ceniza?
— Se vuelve idea.

Y demoraban los besos como ascenso.

— Mejor sería decolorarnos, perder la cara, ¿no?
— Hablemos del peso de la hoja, del interlineado, de la supresión de los puntos, así.
— ¿Me quieres aún?

Uno decía que las flores se reúnen mediante la maniobra tántrica. El otro negaba. Así:

— ¿Para qué hacer un aspa para el aspa?, ¿dónde dejar el reflejo?
— Ante qué escribes.

Uno contradecía los arrastres. El otro...


Rafael Teicher

lunes, 7 de diciembre de 2009

A ritmo blando


con los ojos espesos como el viento

permanezco sin rostro


porque si hoy la madrugada táctil

si hoy el ritmo blando y las baldosas muertas


rompen sus colores-nube



poco sé


que las sandalias de la noche mansa

bajo sus gotas de vuelo


y con cada cielo cómplice



unifican la voz



ante el trópico dormido en lenguas

-sin perfiles sordos-



estoy


tan aquí de vos

tan allá de mí



que con telares de gloria

aprendí a reconstruirme en ningún rostro


sólo desde mis ojos espesos

desde la llama errante


y hasta el último lenguaje que se aspira el mundo


Gabriela Bruckner

La Construcción por la Cabeza




Vamos por la caída del pulso
........................................................................................hasta allá






Quiero escribir sobre la construcción por la cabeza
.........................a golpes



Se trata de ese estremecimiento de todo el talego, el calambre. Uno lo siente ante los canteros oscuros, o ante los barrancos impensados

Es un escozor estructural, algo al borde del cuerpo, una manera de la envoltura

El papel es una sala, lo predispuesto

Sólo ocurren los anchos del libro, la crecida



Y en el meollo aislado se yergue lo completo, la ferocidad, el ojo




Es una seguidilla de títulos
.......................sólo centro






Henos bajo el problema del promedio entre hombros, en la sisa






Somos mente, amarillo, gozne





( esto es un pliegue aéreo, el pestillo )



Posición del presente que anega, ahínco




También





¿Qué tanto soportas la elasticidad de un texto?








¿Por qué imagino libros panzudos que sólo crecen por la columna?




¿Dónde terminan de conversarse los pétalos?

Seguimos… cruzándonos, convidados, fundadores. Y el troquel que se salta

¿Saltas tú?





Terminaremos antes de abrirnos, participados por la formación de la dicha, interfectos


La vida es antes del problema de la mensura, dicen




( pero fracasan )


Al término del muro de la palabra hay una estafeta nocturnal, una seña que da vueltas sobre su eje

vacío y gris



¿Sueñas tú con cáscaras que vendan?, ¿con la irrupción ciega y embolsada?

Aquí no hay

Es decir, aquí se empuña, se aúpa





Ve y bórrate en el lagar de la palabra, sé la correría del signo, lo tullido que cae al agua, sé




Sé flores proyectadas en el vidrio, sé lo meridiano, el reflector espumante, el beso crítico




Cuando dejes de florecerte, serás la inclinación llana, el límite





dicen






Rafael Teicher

viernes, 4 de diciembre de 2009

Cascabeles de Espera

la pausa se llora en nombres

en vacíos de canto de estrellas


se derrama en noche - centro del lenguaje -


como si un silencio mudo

pudiera contenerla al abrigo del alba


acepta


recibir la oración de sus aguas de abedules

es crecerse en cascabeles de espera

a lo alto de la nada


pausa


su llanto ilustra el golpe del lenguaje

su pecho abierto a carcajadas

su respuesta de rocío inútil


(la pausa siempre se llora nombres

en labios de rocío inútil)


pausa

pausa?

pausas


las que recuperan la luz de tantas manos

cuando la raíz de su vuelo

resquebraja los pies-sombra


las que surgen reales

ante la mirada atónita del agua


cuando recibo la pausa

y recibo la oración

y recibo el agua


recibo el impacto

de por fin des-fragmentarme



Gabriela Bruckner

Dado

Los niños no necesitan cuentos para niños, necesitan almohadas que echan humo, o frutillas con alas. Y eso no sucede en los cuentos, sucede afuera. De modo que este no es un libro de cuentos para niños, sino un conjunto de instrucciones para salir a jugar allá, a la intemperie.

Y casualmente comienza con una frutilla.

¿Casualmente? ¿Qué quiere decir casualmente? Los niños no sabemos qué quiera decir eso.

La frutilla estaba en una caja de madera. La caja de madera estaba apoyada en el piso de una verdulería. La verdulería estaba en la feria. La feria estaba en la ciudad de… no me gusta empezar así, me aburre.

La historia comienza con un ala. El ala de la frutilla que tenía alas.

Es un arranque singular, bonito.

¿Qué hacía este ala? Seguramente hacía volar a la frutilla, o algo. Pero, ¿hay alas para el ala? ¿Qué hace volar a un ala? No entiendo.

Los cuentos son caricias, eso.

De manera que el ala estaba adherida a algo, o a alguien, ¿a una frutilla? Parece mucho más triunfal a una estrella, a un sombrero, o a una cascada.

Digamos que había una vez una cascada voladora, ¿vale?

Así.

¿Puede ser mala una cascada voladora?

La cascada voladora era azul, como las montañas. Y era alta, adulta.

¿Y saben cómo se llamaba la cascada con alas? Se llamaba “Dado”.

Pues sí, que era hombre… ¿por qué?, ¿qué tiene?

Y se llamaba “Dado” porque tenía una manera de hacer las cosas un tanto caprichositas. Ya se sabe que los dados tienen mal genio, que son como gritos.

La Cascada “Dado” solía hacer gestos de simio con las dos alas, así, como batiendo un plumero frente a un espejo. Y le gustaba también fabricar cosas con la espuma, eso es de varones, las nenas no fabricamos cosas, las nenas… ya se sabe, qué tanto.

Este es un cuento para nenas, por eso la cascada es un varón.

Te confieso que mientras escribo estoy escuchando una hermosa melodía: “Baileró”, de un tal Joseph Canteloube.

¿Cuánto le debe la cascada voladora a un canto?

La melodía es como una anegación, te dispone, te colma.

Pero volvamos al asunto. ¿“Dado” es una palabra o un dado? Creo que ahí hay algo, atrápalo.

Hace unos años escribí un cuento sobre un salto de agua llamado “Velo de novia”. Es una pequeña cascada en las enormes “Cataratas del Iguazú” , en Misiones, te cuento.

Resulta que un científico heterodoxo ( quiere decir loco ) juntaba agua del salto “Velo de novia” porque decía que eran aguas magnéticas. Por qué las de ese salto en particular, te preguntarás. Pues por el nombre. Qué otra cosa es la luz, sino un concepto, ¿se ve?

No hablo metafóricamente, sino, ¿por qué los planetas giran alrededor de los soles y no al revés? Pues, porque lo oscuro busca la luz, el silencio busca la palabra, el vacío busca el azar. Esas cosas.

Pero me desvié, ha de ser la canción. Es tan parecida a una flor... Me gustan las canciones-flor. Y no imagines que me gustan las canciones románticas, o las canciones que son líneas de Percy Bysshe Shelley, no. Me gusta que crezcan en rizoma, que trepen en la forma, que se enraícen y se liberen, que ocupen. Eso.

¿En qué estaba?

Sí, en el agua. El agua es la madre, la ausencia.

¿Ya se dieron cuenta que no quiero contar el cuento de la cascada voladora?

Ha de ser la música, la pereza, el regodeo de la música. Lo bello invita, provoca, vaca.

Dado decidió que quería cesar. No, que no. Que decidió cesar, no irrumpe ningún César.

Que quiso desenlazarse, o finar, ya se sabe.

¿Cómo hacerlo? ¿Cómo demonios dejar de ser esto para ser aquello? Y peor: ¿cómo no ser aquello nunca? Cómo ser nunca.

Dado decía: me cambiaré el nombre y ya.

Y así fue, ahora se llama de manera sofisticada: “Aquí finaliza el texto.”


Rafael Teicher