( Esto No es un Blog, es una Revista Cultural - Se Edita por este Medio porque aún No Consigue Financiación para ser Lanzada en Papel )

sábado, 24 de septiembre de 2011

Arte Plástico Contemporáneo en el Hospital Pirovano


Dibujos, Mosaicos y Murales con aerosoles, pinturas y técnicas mixtas "callejeras" en el Hospital Pirovano, Ciudad Autónoma de Buenos Aires



         

lunes, 12 de septiembre de 2011

Piromanía



dejo una marea aislada
dentro de mí misma

dejo el doble filo y el
embriague:
la suposición

un puntapié al ojo de la vida

un eterno no de lleno al
horizonte

el pulso que se opaca con impulso
el dedo roto
la batalla imprescindible
el enfoque
la dimensión acabada
un color sellado por el viento

y un lápiz de papel
                                   quemado


Gabriela Bruckner

martes, 6 de septiembre de 2011

Ojiva


caían sobre mí
el fondo
    y el revés

la arbitraria lejanía
de todas las verdades


Gabriela Bruckner

jueves, 30 de junio de 2011

Carta Ficticia de un Varado a un Pugilista

En Valparaíso, Paseo Mirador Atkinson, día nubloso. A Jack Johnson, el gigante de Galveston:

"Viejo negro boxeador, dicen los que saben que Rubén Darío publicó su libro en este puerto. Dicen que fue exactamente en mil ochocientos ochenta y ocho. Es un número atractivo, creo. Si yo hubiera escrito un libro también me hubiera gustado llamarlo “Azul.” Pero no es en busca de las estelas de un poeta que he venido a Chile. Vine tras el olor del mar. El mar de este lado de la montaña huele a vainilla, no a fruta. Es un mar pulposo y plano, distinto al que mordisquea los arrecifes expansivos y odiosos de mi patria. El Atlántico es pinchudo, no se cepilla. Además, su hedor a plomo y a achuras hace picar el buche. Es un mar que brota de una lanza, muy cardo. Cuando le entierras los pies, los pierdes. Es porque el mar los masca como si fueran duraznos. Yo pienso que se ha devorado a todos los paquebotes desde los años de la colonia. En cambio, aquí, el océano viene servido como una compota; es un mar conciente y almibarado.
Ayer nomás, en Viña, entré al agua comiendo una banana, amablemente. El sol caía como la caspa de un hombretón sobre las vainas y las hojuelas del mar. Sentí que mis piernas eran rodeadas por una masa tibia de gelatina, que eran relamidas en todas direcciones. Ya sabes, una dirección es una forma del estallido, nada más. Las cosas cambian cuando despiertan. Lo que gira es mental… siempre. ¿Qué es una elipse sino un modo de la inflexión continua? Pues es así; aquí el mar te circunda los pies, te aprehende. Estoy seguro que es un mar cerebral, que está lleno de sueños, créeme.
Te preguntarás porqué te escribo desde aquí, y porqué te escribo atravesando la calina imposible del espacio y del tiempo, y sobre todo, porqué te escribo a ti. Bueno, es algo sencillo. En un escaparate de una tienda de usados he visto tu foto. Esto pasó un día atestado de chorreras, un verdadero día cavernoso. Los aventureros de la jornada teníamos la sensación de estar deambulando por los pasillos de una bodega sudorosa con un farol sobre la testa, mi gigante. La calle y los cerros se habían puesto morados y enfermos, iguales al mosto. El viento yacía como un perro, enrollado y ocioso sobre la arcilla. Los ojos de las mujeres lucían impertinentes cual lentejuelas. Los pasadizos urbanos se abrían hacia lo oscuro despidiendo bandadas de arenisca. Y en medio de tales contrariedades atmosféricas transitaba yo, compadre, quién más. Iba por una calleja impropia, sin paraguas, silbando. Pues fíjate que allí, apoyada contra una radio a galena color almendra, estaba tu foto. Lo primero que conocí de ti fue tu calva perfecta y lunar. Te juro que brillabas. Cómo brillabas, mi forzudo. La fotografía no decía mucho acerca del contexto; eras tú su foco, su cáliz. Tus ojos colmaban tu rostro, eran sucesos petrolíferos, anegaciones negras. Cualquiera que hubiese puesto un dedo sobre tus córneas lo hubiera retirado cubierto de brea, o de queso. Te confieso que me dieron ganas de hincar una uña en la masa de uno de tus ojos. Eran dos postres de uva, qué va.
Una vez que pude secarme la cara del escupitajo apacible de tu mirada, me volqué encima de tus músculos. Allí, cruzado de brazos y en cueros, te asemejabas a un pulpo. Te supuse pegajoso y melifluo como un flan. Recuerdo que llevé mi mano al bolsillo para tocarme el muslo. Desde niño soy capaz de subrayar cualquier clase de ensueño mediante el contacto lascivo, viejo negro. De modo que necesité engarzar la apertura física que me causabas, con el pulso concreto de la sangre bajo la burbuja de mi muslo, esas cosas.
Lo cierto, amigo, es que me compré tu foto. Me la envolvieron en un papel cimbreante, así fue. Como te imaginarás, anduve esquivando las babas de la brisa con mi cuadro empaquetado. Ya en el hotel, lo puse delante de un espejo,  encima de un aparador. Le apunté una lámpara esteparia y atranqué la puerta. Creo que estuve más de una hora con los ojos apoyados en la curvatura de tu cuello, y en los precipicios de tus hombros. Estaba desnudo, pero tenía los genitales cruzados con una colcha. El corazón se me descascaraba entre los huesos como si fuera una galleta. Te aseguro que ponía mis manos sobre mis testículos con enorme ternura, mi gigante, con respeto. Al final me derramé sobre la pantorrilla. Fue una conclusión crepuscular, como el beso de un imberbe en el nido de una axila. Hasta me parece que en medio del espeso y suave desborde dije, “te pareces a mi padre, gigantón”, esas cosas.
Mi viaje no tiene ribetes, ni carozo. No sé cuándo ni cómo retornaré a mi casa, y no me importa. Salgo a caminar y a tomar café por todas partes. Yo diría que me impulsa una energía castrense, o primaveral. Cuando regreso al cuarto del hotel se me da por mirarte, y te charlo. Te he puesto de manera que la claridad funeraria del atardecer te dé justo en el pecho. Compré dos jarras esmaltadas y las puse a modo de columnas guardianas a ambos lados de tu estampa. Hoy las cargaré con flores.
Anclo la mano bajo las sábanas y te pregunto, ¿quiénes somos, gigantón? El azar no existe, eso es obvio. No hay espacios en blanco, estamos bañados, te digo. La luna es un imán que me eriza los pelos. No sé, nada sé, viejo negro.
A veces me quedo fumando en el pasaje Atkinson, y garabateo esta carta. Entonces extraño tu fotografía. Tengo la costumbre de llevármela a dormir sobre el pecho, ha de ser eso. Otros tienen un cofre donde atesoran mechas, y guantes, y dijes. Yo tengo la fotografía de un nubarrón humano, qué hay. Te aseguro que es una foto que pesa cien kilos, como un barco.
He llegado a Chile hace más de una quincena, pero ya me siento como un nativo. Mondo panecillos con manjar y miro programas cómicos de televisión en el vestíbulo. Dicen que sonrío como un guaso. Dicen que me estoy volviendo transparente, o gris. Te cuento que salgo en ayunas y me escondo. Huyo del roce de los transeúntes. Me compro pedazos de torta y los degluto como un gorila sentado frente al mar, eso sí.
Qué nos pasa, mi gigante. Qué nos obstruye. Qué nos delimita, dime.
En mi juventud discutía con los sabios acerca de la imposibilidad del azar. Yo sostenía que los dados, o que los naipes, tienen memoria. Que tanto vale explicar el comportamiento de los neurotransmisores con metáforas dinámicas o geométricas, como describir la actitud de una perinola con figuras extractadas de la sociología política, qué se yo.
No sé qué tengo, el mar me está decantando. Estoy enjuto como un gladiolo. El cabello me crece rápido; es un aguacero. Las uñas se me han puesto blancas y sedosas. Si tuvieran que dibujarme, de seguro lo harían con un palo quemado y sobre un vidrio. No tengo densidad, soy como una palabra que vibra en el fondo de una vasija.
Últimamente los pájaros se me abalanzan a la noche, al borde de la ventana. Sospecho que quieren declararme algo crucial, pero no alcanzo a comprender. Sólo me concentro en los nudos de tu cuerpo, y subo. Subo tironeado por la fuerza de tus brazos, eso.
No parece que esta situación haya empezado alguna vez, y no creo que sea posible disuadirla nunca. Algo me ha hecho serte tuyo, viejo negro. Probablemente se trate de alguna clase de muerte insípida. Yo solamente me consuelo dejando de ser, frente a tu cuerpo.

Eso."                                                                                         
Firmado: Marcelo Cuevas
un admirador

Rafael Teicher                                                                                         

martes, 3 de mayo de 2011

El Monoblock

Rafael Teicher obtiene la mención de honor en el concurso de novela de Editorial Argenta.

Para votar por la publicación de esta obra ingrese aquí

Ganador Del Certamen De Microrrelato Eva Mater Argentina

Finalistas: 
Operación Marlboro, de Esteban Granado
Esfera submarina, de Marisol Mejía
Los tréboles, de Claudio Blanco

Obra Ganadora: Operación Marlboro. Por la crudeza y la actualidad temática y la sobriedad constructiva.


Operación Marlboro

Al hospital para ser intervenido. El tabique nasal, pólipos, nada grave. Me he fumado siete cigarrillos, son las seis de la tarde. Entro en el recinto. A punto de salir para fumarme otro. No lo hago; dios, qué hombría. En admisión hace calor. Espero a que me trasladen, con un gitano y sus acompañantes. En la habitación, un tipo con su familia, el gitano con la suya, y yo. Hipertenso, la tensión por las nubes pero una enfermera guapa y comprensiva. El gitano recibe las visitas, yo no. Al principio, no odio. Me quito la dentadura postiza para entrar en el quirófano. Paso a través de una rambla de gitanos con mi cama en movimiento y es una sensación agradable de velocidad. Oxígeno y, después, el cosquilleo ful de la anestesia. Ya despierto, observo a las enfermeras, una medio rubia bastante impresionante. De vuelta a la habitación, con la napia hecha un desastre natural, una gitana me coloca la venda que se me había soltado. Empezaba a odiar y me retengo. Pasan dos días. La tensión por las nubes. Me quitan los algodones a pelo y se desata el caos. El gitano, operado de la garganta, ya se ha marchado, no sin antes preguntar por el fumeque, para horror del personal sanitario. Me sacan los algodones con jirones de cerebro y me dan el alta; lleno una palangana de sangre. Antes de irme, pregunto a una enfermera no tan guapa que si acaso un pitillito, y me fulmina. A fin de cuentas, pienso, no seremos tan diferentes.


Esteban Granado

martes, 26 de abril de 2011

Alpino I


no ser
más que un gesto
suspendido
bajo la mirada muerta
de lo vigente

Gabriela Bruckner

miércoles, 6 de abril de 2011

viernes, 1 de abril de 2011

I Certamen de Microrrelato "Eva Mater Argentina"


Invitamos a participar del Primer Concurso de microrrelato de tema libre "Eva Mater Argentina"

Los relatos han de ser escritos en lengua castellana en archivo formato word con una extensión no mayor a 15 líneas. Se recibirá un único relato por autor, sobre fondo blanco en letra Arial o Times New Roman en color negro y tamaño 12.

Los relatos han de ser enviados a la dirección de correo electrónico brujas1668@gmail.com acompañados por nombre completo o seudónimo.

El único premio establecido será la publicación de la obra ganadora en la página Eva Mater Argentina

Los relatos serán recibidos hasta el 1 de Mayo del año 2011

El fallo del jurado será inapelable y se dará a conocer directamente en la página Eva Mater Argentina antes del 4 de Mayo del año 2011

Eva Mater Argentina

lunes, 28 de marzo de 2011

sábado, 26 de marzo de 2011

En una sola escena

Kitano y la realidad como edición. Un film suspendido, ajeno a la diacronía. La conquista del volumen eterno en un espacio cinematográfico.

La cinta “Escena frente al mar” del año 1991 del director japonés Takeshi Kitano nos permitirá reflexionar sobre algunos aspectos morfológicos y vertebrales de la pieza estética en general. Se trata de una película tendida, de ritmo cachazudo. Es un alzamiento tardo y añil. El director dilata el espacio estético, como si rodara hacia el centro, precipitándose dulcemente por la costura de la obra. Resulta que el film echa carnes de manera endogámica, arborescentemente. No está repujado; es un abultamiento. En lugar de anudarse termodinámicamente, las áreas fílmicas, se alean, constituyen una masa sensoria indistinta. La película no sucede, acontece. La diferencia no es menor. El concepto de suceso conlleva una referencia inherente a la linealidad. Un suceso no es otra cosa que un nudo en una cadenilla. En cambio, un acontecimiento, remite a la idea del panorama, al acto acrónico. Esta pieza óptica logra amasar un dominio ajeno al vahído serial; en este sentido, podemos decir que resulta el adelantamiento de un globo, más que la sutura de los cuadros.
La arquitectura cromática es perentoria. El mar no ocurre como psiquis ni como escucha. No se apela al mar. No se publica al mar como sucedáneo o como facultad, se lo utiliza cual sostén, a manera de afeite. La corveta garza del oleaje anega la nebulosa plástica, la irradia por dentro confiriéndole verdaderas texturas uterinas. 
Los personajes medulares son dos sordos. Sus cuerpos son sordos. Sus rostros son sordos. Sus periplos son sordos. No es que no los oímos, no transcurren. Ya se sabe que la acústica es mero epifenómeno del frote. Kitano trasborda a los histriones por las vetas insonorizadas y submarinas de un mundo gráfico cansino. Ante este artilugio de movimiento espumante, recordamos las nociones que Gilles Deleuze —citando y continuando a Henri Bergson, claro— vierte sobre la imagen-movimiento y la imagen- tiempo. La realidad no es más que un montaje de escenas invariables; el desplazamiento acaece en el intersticio. Pues en esta cinta, no hay meneo, hay contracción. Sin embargo, este carácter incluso, no le otorga hieratismo y tampoco es mefítico. El film es lacio y mole, aglutinado. Quizás la clave constructiva esté inoculada en el título. Es una sola escena que se cumple cara al mar. Los motivos son vanos: tablas de surf, bolsas de residuos, ropas de matices gritones. El director concierta los elementos procurando la amalgama y el des-enlace. Algunos semblantes ríen en foco, planamente, directos. Las eufonías escarnecen sin disonar. Lo cierto es que Kitano nos ciñe con una nube afónica.
Más allá de las menudas circunvoluciones del entramado, detengámonos en esta peculiaridad del film: su tenor calmoso y su inercia. Siendo un carrete, una trabazón evolutiva, logra desmontarse a sí misma y permanece en la inacción: flotando. Y este es tal vez el mayor mérito de la pieza: su sustentabilidad, su suspensión.
Claro que, hablando cinematográficamente, se indica escamondar las duraciones, para convertirla en un mediometraje. Pero, nos ha gustado hacer de un acto supernumerario, un tema posible. No rozamos aquí la parábola argumental, sólo yacemos sobre el volumen rítmico de la obra. La película es como un ligero golpe de gong provocado por la caída de un pétalo, se pospone hasta ancorar.
Nos preguntamos: ¿Qué significa sujetar el despliegue? ¿Acaso es viable el momento? Si la realidad es la edición superpuesta, por baños, o por láminas, ¿no es deseable como tarea artística basal la demora y el suspenso? ¿Por qué conservamos la inclinación contra el montaje? ¿Acaso lo conceptual es algo distinto que un recorte? Teniendo en cuenta que todo es arbitrariamente selectivo, ¿no resulta esta cinta un intento estático, vale decir: una homérica conquista de lo lleno? Pero dejemos el engarce inquisitivo, ha sido una expedición abstracta.                    
Cerramos este artículo calificando la obra como la leva de una pelota en una cámara de vacío.         

Rafael Teicher

lunes, 21 de marzo de 2011

La articulación del guión televisivo por enjambre de consignas


Uno de los recursos más convenientes para conferir naturalidad a una pieza dialógica televisiva, e incluso cinematográfica, es la vertebración del cuerpo del momento conversacional mediante consignas y no por guión detallado. Muchas veces la frescura interpretativa viene de la mano de un cierto grado de improvisación o de espontaneidad. Generalmente, esta herramienta, es usada con mayor osadía y descoco en el ámbito de la comedia. Da pie para reflexionar acerca del prejuicio que contiene a las piezas trágicas en una situación pétrea, donde no caben las articulaciones versátiles ni la oxigenación de lo repentino. 
En una plática real hay tropiezos, erratas, disuasiones, y otras impurezas de orden discursivo. Si el parlamento de una obra de televisión —o filmográfica— no admite una franja aleatoria o discrecional textual, exige de parte del elenco un nivel actoral de gran porte. En cambio, la consigna, habilita a un universo más amplio de representantes, ya que el grado de dificultad que significa la construcción verosímil de la letra ( entonces, poblada de atropellos, redefiniciones, faltas ) es más bajo que en los libretos cerrados.
Es curioso que sea el espacio lúdico y no el dramático, el que admita el trabajo compuesto mediante nudos o consignas temáticas con envoltorios de improvisación. Quizás creemos aún que lo grave ha de guardar una estrecha relación con lo fatal, y que lo hilarante resulta antojadizo y presente, y libre.

Rafael Teicher

miércoles, 23 de febrero de 2011

miércoles, 16 de febrero de 2011

Sostenido III


el grito
desfasado de la profundidad
del grito
como herramienta o corte
de la pulcra liviandad
que nos entierra
entre dos días

Gabriela Bruckner

viernes, 4 de febrero de 2011

Felicitas: una obra sólida, oceánica y poética


"Felicitas" es una película sensata, donde se mixturan los recursos del cine arte y los de la industria. Descuella por sus intemperies camperas: oscuras, preternaturales, construidas con limpieza técnica y buen pulso. En todo momento la aspiración cromática y la espaciosidad, la dotan de una perspectiva extensible. Es una película solvente, y oceánica. Su tamaño no deriva de la prodigalidad; conserva el trazo sin titilar ante la opulencia. Aún siendo panorámica, no pierde el relieve y la resonancia de una cinta de cámara. Los cruces dialógicos se inscriben naturalmente sobre el mural del film. Es una de las pocas cintas argentinas que no declinan hacia los tópicos imperantes en el mundillo de los "nuevos intelectuales". ( El nuevo intelectual es un ente peligroso, que luego de haber visto a Ozu, se lanza a garabatear textos catedralicios en contra de todos los vientos. ) El elenco transita el film sin patetismo ( obviamente inoperante en un mosaico pictórico faderiano y decimonónico como éste ). Estamos hartos de que se subrayen como homéricas las actuaciones mustias. Nos hemos empalagado con críticas que exaltan la desertización de los rostros y equiparan la lisura gestual con el aserto trágico. Pues no; las buenas actuaciones no son necesariamente las que, por rayanas en lo pétreo, contrastan con lo rimbombante. Si bien detestamos las composturas isabelinas fuera de estilo, no por ello dejamos de execrar los óvalos vacíos, con los que algunos figurones vernáculos enfrentan y afrentan las lentes. El plantel de "Felicitas" se ajusta a derecho. Quedamos perplejos, cuando se señala como falencia del guión, la falta de imprevisto. ¿No sabíamos acaso cómo ocurriría la muerte de Mozart? La conocíamos por Pushkin, y no por eso, la adaptación de Forman nos pareció poco "reveladora". Sucede que algunos tienen el mal hábito de suponerse a perpetuidad ante el film "Las Margaritas". Y no. Los pensadores del arte —Gilles Deleuze, por ejemplo— abarcan todos los géneros sin hacer rabietas. Saben que los objetos estéticos han de ser situados con oportunidad, y que una vez establecidos, no son pasibles de mudanza; vale decir: no se le puede exigir a una de Ford el nivel conversacional de una de Kaufman; esto se llama improcedencia. Leemos estupefactos que "Brandoni hace de Brandoni". Ventean malas nuevas: todos los actores hacen de sí mismos, se llama: principio de identidad. Lo que enriquece un parlamento es que se abrocha sobre un sustrato real denominado actor. Finalmente, decimos que para mejorar una sociedad no ha de reclamarse la conversión automática del objeto estético en panfleto. Las revoluciones se hacen con una metralla, o votando. Los artistas coadyuvan mucho más con buenas obras, que lanzando proclamas en cualquier intersticio. En síntesis: una película bella, pulida, bien sopesada, ancha, y poética. Una de las mejores cintas del cine argentino. Hemos tañido.

Rafael Teicher

viernes, 21 de enero de 2011

Sostenido II


y ya que las mañanas respondían
al doble beso
de todo abandono alineó
sus pies con la lluvia que crecía
imperfecta
hacia el ojo
de la brevedad


Gabriela Bruckner

viernes, 7 de enero de 2011

Menudencia sobre una pieza de Krzysztof Zanussi


Inicia con un tono cínico, lacerante, cientista, que se apodera del juicio y construye un espacio de atención favorable. La película resulta una suerte de tesina sobre la vida de un hombre. ¿Qué es un hombre? ¿Es una dirección? ¿Una aldaba? ¿Un polo? ¿Una mofa?


De no ser por la afrenta de algunas señas setentistas, el fim sería perfecto. Sucede que en otras obras de la misma generación, no hay rebabas, todo es par.

De todas maneras, los secos estallidos disonantes que sellan las diversas etapas biográficas, operan su efecto.

Es una pieza que raspa, acusa.

Bella por olas.



Rafael Teicher

martes, 4 de enero de 2011

Incipiente des-alienación en la casa de Gran Hermano



Una de las muletillas conceptuales de la lacia y estomagante soflama de los conductores de Gran Hermano 2011 alabea, al menos, la configuración semántico-jurídica de la noción de libertad. Se martillea con palmaria delgadez aquello de que los participantes han rubricado potestativamente los convenios empresariales que vertebran el susodicho programa. Pues no. Nos damos aquí de bruces contra una ineptitud cognoscitiva. El entramado forense argentino no recepta una libertad contractual tajante o desatada; en nuestra matriz normativa civil los objetos de los contratos han de acomodarse a la moral y a las buenas costumbres ( Art. 953 C.C. ). De manera que aquella soñada discrecionalidad meridiana viene acotada y regulada, en nuestro sistema cívico, por la ética y los sanos hábitos. No parece ajustarse finamente a estas condiciones un pacto laboral en el que figura la privación parcial de alimentos como reprimenda por las roturas involuntarias ( seguramente no dolosas ) de instrumental de trabajo. Lo cierto, al margen de los enredos procesales, es que el tenor de las mencionados correctivos es por lo pronto un tanto victoriano. Es de buena razón establecer principios disciplinarios que operen sobre el conjunto de bienes suntuarios o sobre los beneficios añadidos, y no que comprometan, o puedan comprometer de alguna manera las necesidades psicobiológicas infraestructurales. En criollo: se puede suprimir o reglar el natatorio, no el pan.
Todos sabemos que el ojo del Gran Hermano figura en el reverso del billete reptílico ( léase dólar ) y que representa sinópticamente al vigía del panóptico social. Y si no lo sabemos es porque no hemos consultado la bibliografía propedéutica. Hay que aclarar también que la piscina no es susceptible de supresiones ya que constituye la porqueriza medular donde el programa consuma sus pirotecnias genitales y donde violenta el buen gusto a fuerza del primado de las masas de lípidos por sobre las grises ( dedúzcase ).
En esta edición del juego, los hermanitos han cobrado espontáneamente una ligera conciencia de clase, y esto, tiene a los buhoneros armígeros y un tanto picajosos. Quizás por ello importunan al público con estiradas porfías sobre el “respeto” y endilgan motes atrabiliarios como el de “vándalos” a sus criaturas antes dilectas. Además, recaen con dichosa prontitud en la demagógica exaltación de la audiencia por sobre la relevancia de los jugadores. Si es así, ¿por qué no se podan los engorros preceptivos ( nominación, nominación excepcional fulminante, cartas de alteración del mecanismo de nominación ) y se deja que el pueblo vote semana a semana la salida de uno de los participantes? Contestaremos en timbre liso: no es crematístico. Lo crematístico ( ellos, los encaramados en la pirámide que lleva por corona el ojo, le dicen lúdico ) es incentivarlos contra toda solidaridad de carácter gregario-genético y promoverlos en una especie de guerrilla de alta costura, para que sirvan de consomé en las mesas de los carniceros. Bueno, hemos compensado, qué va.

Rafael Teicher